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El hedonismo en bikini


  

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Lennon, Almería y todo lo demás


  

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La Fea que enamora


  

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Modernidad, quince años después


  

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El regreso de Ginés Parra


  

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De Torres Jerez a Juan Luis de la Rosa


  

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Perfil de Manuel del Águila


  

Manuel Carretero




Artículos de este autor

El reto del quinto periódico


2008 | Comunicación



De Torres Jerez a Juan Luis de la Rosa


2007 | Cultura



De Torres Jerez a Juan Luis de la Rosa


La pasada temporada taurina, una de las más interesantes en la provincia desde el punto de vista cuantitativo, comenzó en la capital almeriense con la ya tradicional corrida concurso de ganaderías. Actuaron Luis Francisco Esplá, José Ignacio Ramos y el almeriense Curro Vivas, terna que lidió un surtido de sangres aquerenciadas con la casta, el poder, la fuerza y, en ocasiones, la bravura. De este encuentro con tintes épicos y acaso añejos salió vencedor el toro “Aviador”, de Partido de Resina, una res de imponente presencia y torrencial fiereza que se hizo con la consideración de jurado, crítica y público. Esplá y Ramos tuvieron una actuación más que discreta, aunque el primero fue galardonado con el premio al mejor lidiador, lo que viene siendo habitual para el espada alicantino. Nuestro paisano, por su parte, resultó cogido en su primer par de banderillas y apenas pudo lucir su bullidora tauromaquia.

El año comenzó con estos buenos augurios ganaderos, continuó con el habitualmente exitoso festival de la Asociación contra el Cáncer, organizado por Ruiz Manuel, y fue adquiriendo mayor relevancia en la medida en que uno de nuestros matadores más notables, Torres Jerez, se postulaba como uno de los diestros revelación del escalafón español. En el mes de mayo, preludio de San Isidro, confirmó alternativa en la madrileña plaza de Las Ventas y, pese a no cortar orejas, como había hecho un año antes de novillero, terminó recogiendo la cariñosa ovación del exigente público venteño, la llamada cátedra de Madrid.

El torero de El Quemadero aún debía quemar los cartuchos de la feria de Almería, plaza en la que se había doctorado en 2005. De nuevo, cortó los apéndices de sus enemigos, conquistó premios, recibió el calor de sus paisanos. Su tierra se le había entregado con acendrado entusiasmo. Más tarde, en octubre, Torres Jerez actuó en Roquetas, donde también triunfaría y habría de sumar trofeos. Unos días después participó en Berja en la primera corrida de Beneficencia de la provincia. Anunciado junto a Curro Vivas y Jesús Almería, Paco Torres ofreció la mejor versión de su toreo, más reposado, más auténtico y asimismo más libre de arrebatos, tensiones y celeridades. Aquella tarde de buenas vibraciones en Berja significaba mucho, por lo que podía representar 2007 para el joven almeriense. 

Meses atrás, Ruiz Manuel, lidió una corrida de toros en solitario, también en Berja, un coso muy activo durante 2006 debido, fundamentalmente, a la celebración de su cincuentenario. La encerrona del matador de toros de El Zapillo conmemoraba sus diez años de alternativa. Logró varias orejas y fue sacado en hombros de la plaza luego de protagonizar un hecho insólito: se cambió de traje de luces en el intermedio del festejo. Su año no fue, sin embargo, tan triunfal como se preveía tras este emotivo episodio virgitano. Almería, su plaza, su talismán, no sintonizó con él en la feria de la Virgen del Mar, o tal vez fuera al revés. La complicidad de antaño entre torero y público se había esfumado, había desaparecido por completo.

De la feria almeriense de los Chopera podemos decir sólo una cosa, y no caben los rodeos: fue un fracaso mayúsculo. Se bajó el listón en la presentación de los astados, menguó la bravura hasta niveles lamentables y muchos de los diestros que pisaron el albero de la plaza de la Avenida de Vilches ejecutaron el destoreo, esto es, la tauromaquia sin fondo, sin alma, sin nada: la tauromaquia vacía. Brillaron, eso sí, Torres Jerez y Sebastián Castella, el torero más valiente de las últimas décadas después del monstruo de Galapagar, José Tomás, a quien se le sigue añorando por los siglos de los siglos en cada uno de los rincones del planeta de los toros y, por supuesto, también en Almería, testigo de grandes faenas del madrileño.

Otros ciclos importantes de la provincia fueron los de Roquetas, Vera, la citada Berja y Huércal-Overa, municipio en el que tomó la alternativa Tomás Zurano. Las dos ferias de Roquetas carecieron de la impronta y relevancia de anteriores ediciones y, a pesar de los esfuerzos municipales, la noticia es que aún sigue sin llenarse la plaza. El día con mejor aforo hay media plaza, a veces tres cuartos. Nunca lleno. 

En Vera, el novillero Alejandro Carmona demostró, una vez más, sus fantásticas cualidades y su corte de torero puro que, desde hace tiempo, viene concitando el interés y seguimiento de los aficionados cabales. 

La temporada almeriense ha sido, en suma, prolífica en número de festejos. Junto a los celebrados en plazas de obra, recordemos que son las de Almería, Vera, Laujar, Berja, Gádor, Tabernas, Huércal Overa y Roquetas, hubo corridas de toros, festejos mixtos y novilladas en cosos portátiles como Gérgal -por segundo año consecutivo con fiesta taurina-, Los Gallardos, Campohermoso, Adra, Vícar, El Ejido, La Mojonera, Benahadux, Abrucena, Ohanes, Macael, Turre, Mojacar entre otras localidades. El matador almeriense José Olivencia, en labores de empresario, organizó, con la participación de toreros mediáticos y algún rejoneador, espectáculos verdaderamente rentables en estas plazas desmontables. 

Juan Luis de la Rosa, hasta siempre

Llegó el lúgubre invierno y con él la inesperada noticia de la muerte de Juan Luis de la Rosa, decano de los matadores almerienses, hombre de recia figura y estampa antigua, un bohemio que toreaba sin torear, como Juncal, arquetipo del torero elegante y medroso. De la Rosa se asemejaba al mítico personaje de Paco Rabal, pues siempre estaba presto a dar la verónica más sentida, el trincherazo más hondo, el natural más armónico, mientras ceñía su voz para regalar a la concurrencia una soleá o un taranto con el sentimiento de los grandes flamencos. En nuestra memoria, lo veremos todas las ferias desfilando por su abono del tendido 1 de la plaza de Almería, y el resto del año lo contemplaremos paseando por las calles de la ciudad con su traje y su porte amanoletado. Y diremos: ¡ahí va un torero! 


 

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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2007, en la sección Cultura


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