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Ligero de equipaje como hijo de la mar
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Manuel Carretero
Ligero de equipaje como hijo de la mar
2007 | Cultura
Ligero de equipaje como hijo de la mar
No me lo tengan muy en cuenta porque ni soy psiquiatra ni neurólogo, pero suele decirse que el cerebro humano consta de dos hemisferios. Del hemisferio derecho procederían los matemáticos, los grandes razonadores que se atienen siempre a ley del efecto y la causa junto a los que van por la vida con el cuánto útil y el cómo racionalista. Del izquierdo en cambio vivirían los de la intuición creativa, los dueños de la imaginación y de la sensibilidad… Es muy probable que nunca se dé un caso totalmente puro -por algo hablamos ahora tanto de la inteligencia emotiva- pero puede que no anden descaminados quienes así piensan. Y tratándose de Manuel del Águila pocos dudan de que su puesto estaría entre los segundos. A pocos días del fallecimiento y tras la ola de comentarios que suscitó su pérdida, no es bueno tampoco que yo me entregue a la nota necrológica, excelentemente cubierta en todo caso por sus familiares y amigos. Trataré de insertar su figura en la Almería de su tiempo. Morir a los noventa y dos años supone haber vivido casi todos los avatares del siglo. Y vivirlos así, sin mayores contratiempos, librándose a la vez de las derechas y las izquierdas, más aún, atravesando la inacabable dictadura en funciones de periodista, músico, profesor de idiomas y animador social, tiene por lo menos tanto mérito como el del explorador que se pierde en una selva poblada de leones. "Soy una persona muy optimista por reacción- le confesó a Fausto Romero- porque tenía que haber sido un niño como los de Dickens, de mano en mano, de disgusto en disgusto, de soponcio en soponcio, y solitario, y, sin embargo, he estado siempre arropadazo".
Todo tiene su explicación, en último análisis, y yo creo que su misma biografía aporta datos suficientes para hacer inteligible el tactismo social. Su sobrino Francisco Capel del Águila, testigo de su muerte, lo ha visto bien: " Una de las facetas que más he admirado de mi tío Manolo es la facilidad que siempre ha tenido para reconducir las situaciones poco agradables e incómodas que se presentan en la vida, creando un ambiente especial a su alrededor". Y en un tono más intelectual de fruición de la existencia, el profesor Jacinto Soriano ve algo semejante: "carecía de todo ese carácter sistemático y "profesional" que rebaja toda actividad en quehacer de oficio. Manuel del Águila sobrevolaba todos estos paisajes con la actitud ingenua y franca de quien está fraguando, con arte, su propia vida". Manuel no conoció a sus padres biológicos. Toda su vida fue una especie de acoplamiento a familias que no eran las de sus sangre -entiéndase bien lo que digo porque ni por asomo quisiera restarle méritos a los educadores que le acogieron y a los que el mismo Manuel cantó en sus versos- pero para mí que tal entrenamiento le vino muy bien para doctorarse en tolerancia y astucia para luego saber bordear peligros sin cuento.
Aunque las primeras referencias que yo tuve de este personaje no eran nada positivas ya que procedían de la competencia tanto musical como literaria, lo que llegué a constatar más tarde es que prácticamente no tenía enemigos. La cultura no ha sido nunca asunto principal de los detentadores del poder. Para éstos la cultura era como la mujer del sacristán, la encargada de repicar… Por lo tanto, Manuel del Águila no fue en realidad ningún gran enemigo. Al contrario, servía para amenizar conferencias, conciertos, bailes en el casino, paginas laudatorias y grandilocuentes en la prensa y en la radio. Y en este plan, Manuel iba viviendo que era lo que más le interesaba, entregado a sus idiomas, a sus libertarios viajes cosmopolitas, a sus veraneos. Probablemente la eterna soltería contribuyó también a esa ascética del desprendimiento que le daba alas para sentirse contento con un mediano pasar siempre ajeno al poder y toda servidumbre de esta índole. Así se explica también una de sus frases características en el sentido de hacer muchas cosas pero ninguna tan importante como vivir, pasar el rato amablemente, digámoslo así...
Desde una mentalidad burguesa de aprovechamiento del tiempo, a más de uno nos parecía que escribió poco, que no bastaba con el articulillo quincenal en el periódico, que eran muchas horas hablando por galerías, colmados, fiestas y casinos, víctima en cierto modo de ese pesimismo provinciano que se cuela por los huesos a cierta edad, sin embargo era consciente de que la vida era la verdadera obra de arte. Algo que ya
experimentaron otros ilustres que le precedieron. A raíz del homenaje que le hicimos en el Instituto de Estudios Almerienses (IEA) se puso de moda en la prensa la palabra humanista. Manuel del Águila no era un humanista que sabe bien su doctrina, ni tampoco intentó expandirla con polémicas predicaciones, sino un "vividor" full time. Quítese al vocablo lo que tiene de golfería pueblerina y pongámosle el "bon saboir", el gusto por la estética, el refinamiento en la palabra y la poesía. En este plan podemos decir que ha sido un gran relaciones públicas de Almería, desde la historia, las costumbres, el paisaje y el paisanaje. Le tocó, es cierto, un tiempo dogmático, declamatorio y lleno de falsas oquedades, pero lo supo aprovechar para recoger la másica popular, las canciones de la gente, los himnos religiosos. Venida la democracia, intentó el artículo crítico, que no le iba, pues sobre que no podía renunciar a su pasado,
tampoco le apetecía afiliarse a ningún partido concreto a pesar de que le llovieran insinuaciones directas o solapadas. Ya lo he dicho alguna vez: Manuel del Águila necesita un estudio analítico sobre su música. Es necesario conocer bien qué hay en él de creación o de mero aprovechamiento popular. También su poesía es digna de ser insertada en las corrientes poéticas del siglo XX para su entendimiento. Y en cuanto
respecta al género de la novela, después de esa joya casi juanramoniana de "Seis chiquillos a la orilla", estoy de acuerdo con Paco Moncada en que la gran narración histórica almeriense de este siglo ha quedado sin hacer.
Sin duda es ésta una consecuencia más de lo que dijimos anteriormente: le interesó más la vida que la literatura.
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