Portada diseñada por Quinita Villacampa. Obra finalista del certamen de obra gráfica "Día de la libertad de Prensa".
La Asociación de la Prensa y la Escuela de Arte, convocaron el I Concurso de Obra Gráfica. El requisito imprescindible fue que todas las obras estuviesen inspiradas en el artículo 20 de la Constitución. La portada de este Anuario, finalista de dicho certamen, representa un ratón de ordenador arrastrado por una cadena de grandes dimensiones.
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Aquel paseo de Goytisolo
2008 | Almería en Positivo
Aquel paseo de Goytisolo
Un paseante anónimo recorre, en Almería, el antiguo arrabal de pescadores. Lo ha visto desde el alto mirador de La Alcazaba y se ha sentido traspasado para siempre, por su belleza y la ignominia de su olvido. La primera vez no pudo atravesar sus límites. Sentía que violaba su íntima clausura. Ahora ya, con un pretexto para anudar afectos y memorias, se interna por su laberinto.
Siente la humana carnosidad de sus casas, coloreadas con viveza; la existencia como una fuerza elemental y primitiva para sobrevivir, ante el despojamiento absoluto de derechos y dones. En cada cuesta ve cómo se devoran la ética y la estética, cómo de tan ignominiosa pobreza, surgen, a cada paso, hallazgos de belleza inusitada, en las calles tintadas de sus casas y en la dignidad de sus gestos.
Las calles no guardaron entonces el estremecimiento y la congoja del paseante anónimo. Mas, cincuenta años después, el caminante es ya emoción y espíritu de una inmensa y agradecida colectividad del barrio de La Chanca, que lo ama como algo propio, como a su hijo, a su hermano y a su ungida palabra de valores. Grupos de niños lo abrazan y reciben como al viajero familiar, a quien tanto le deben, como el principio de dignidad que ahora gozan sus vidas.
Aquel paseo no fue un puro azar. ¿Puede una caminata transformar tantas cosas, activar tantos sueños? Juan Goytisolo ha dicho que tuvo en él una influencia decisiva; en el curso de sus días, en su obra y en su actitud, en defensa de los despojados del planeta. El barrio/germen de Almería, atesoraba ayer, y aún hoy, su herencia de la cultura árabe. Era anuncio y prolongación del Magreb; fue la primera invitación a elegir, o a sentirse escogido, por la humana vibración de un paisaje. Su decisión a vivir y a sentirse habitado en Marrakech, no es ajena a la primera andadura por La Chanca.
De su dolor inabarcable y su fascinación nació el libro, publicado en París en 1962, y difundido, de manera clandestina, entre los lectores de nuestro país agonizante. Los engendramientos de “La Chanca” de Juan son asombrosos, puesto que rebasan las vías y los límites de toda obra literaria, para anidar en el alma de la vecindad y provocar una acción transformadora, un despertar interior y un vuelo que no conoce límites, ni tiene parangón en nuestra historia. No conozco otro caso parecido, en que un libro tome cuerpo y sea capaz de mover la conciencia y la actitud moral y ética de un pueblo, para modelarse, construirse y reorganizarse, en busca de su más clara y limpia dignidad.
Las visitas del verdadero amigo nos convocaron alrededor de su palabra hablada, de la misma manera que, la vecindad, se reúne encantada en torno al fuego, para contar y cantar, desde hace siglos; y, sus escritos sucesivos sobre Almería y La Chanca, el crecimiento de su árbol literario personal y, su constante actitud solidaria con los sufrientes de la tierra, tuvieron su acogida más honda en el antiguo barrio marinero.
Si hay un legado vivo de Juan, una respiración, una manera de ser y de sentir, que en La Chanca encontró su tierra propicia y su fertilidad; también es cierto que, desde ese fondo sin fondo de las carencias y de la miseria más atroz, que es violencia y vulneración de los derechos, avanzaba hacia el escritor una sensibilidad muy despierta, para ganar, sin desmayo, su condición más alta de personas. Así, doy fe, pues fui testigo del encuentro y de la secuencia de palabras sembradas y abrazos posteriores que, la sintonía entre Goytisolo y el vecindario, apiñados en la acción incesante de la Asociación de Vecinos “La Traíña”, fue absoluta, puesto que hablaban la misma lengua austera de verdad y sinceridad, que arrancan del dolor, sin fingimiento alguno.
Juan ha vuelto a su medina, para compartir durante diez días la fraterna amistad, en el milenario arrabal o ciudadela de Al-Jaud, para gozarse de los logros y, apenarse con las demoras y olvidos insufribles; para mostrar su apoyo a las mujeres y hombres de “La Traíña”, al hilo y gozo de su treinta aniversario, desde el afecto y su implicación personal, enriquecedora y efectiva, en la reforma y dignificación del barrio.
Anhelaba el regreso a La Chanca. La misma tarde de su llegada a la ciudad, aún con el agotamiento de un viaje interminable y duro y, tras los abrazos del reencuentro, nos mostró sus deseos de recorrer el barrio. Participó de lleno, tallando las palabras y las ideas, como hace siempre, desde su sabiduría de viajero y escritor, que explora territorios ignotos, en los debates que, impulsaban la continuidad del plan de reforma interior, que modela un lugar más habitable, digno y humanizado. Los encuentros se celebraban junto al mar, en la Casa Varadero. Allí afirmó una vez más su voluntad de ayuda y compromiso. Y sintió una honda satisfacción, al escuchar y conocer a amigas y amigos magrebíes, vinculados al fervor de los cambios creativos que vienen produciéndose. Hizo un recorrido por la memoria fotográfica, la potente historia visual y documental de Marisol y Mullor quienes, durante décadas, han ido recogiendo en el barrio, con atención, fidelidad y prontitud, con un excelente concepto de la imagen de impacto, el relato pormenorizado de sus luchas, aspiraciones, sucesos y deseos.
Enseguida nos pidió acudir al Colegio La Chanca y efectuar un paseo espontáneo por el barrio. La chiquillería lo reconoció, lo abrazó, besó, sobó. E hicieron cuanto le es dado, desde su impulsiva libertad, para agasajar a su amigo: le dijeron frases de su libro, cantaron flamenco desde su arranque de hondura, bailaron con gracia inusitada, reconocieron la hermosura de sus ojos, le preguntaron sobre sus niños de Marruecos, e indagaron en el fondo de su vida, con una naturalidad que conmovía. Y provocaron uno de los ratos más gozosos e inolvidables que haya vivido Juan. Su felicidad le hizo regalarles con una nana, cantada en marroquí.
El paseo no fue largo, pero tuvo la intensidad del encuentro con antiguos amigos y amigas. Le hizo de guía una niña de diez años, quien le llevó de la mano a la zona donde vive y a su hogar, en “Casas de Ángel”. El escritor se estremeció: “Esto está igual que hace cincuenta años”. Las basuras y focos de infección son el asedio inhumano, a que les siguen sometiendo quienes aún no le han otorgado la categoría de personas.
Las emociones del paseo, provocaron el artículo intenso que, pocas semanas después publicó Juan Goytisolo en “El País”, cuyo título es la misma frase que nos ha propuesto para imprimir en camisetas: “¡De La Chanca, y a mucha honra!”, con el sentimiento de satisfacción y pertenencia a un barrio tan vivo, hermoso y combativo, que configura con arrojo su futuro. En su escrito conmovedor, elogia el centenar de viviendas construidas por la Junta, urge la continuación del plan de reforma y, muestra su estupor por el abandono y dejadez inexplicable a que le somete el Ayuntamiento de la ciudad.
En la vía que lleva su nombre, nos ha pedido que pongamos una placa: “En esta calle no se aplicará la Ley de Extranjería”.
Aquel paseante anónimo de hace cincuenta años, es hoy vecino engendrador de esperanzas. Como Pepe El Barbero, su buen amigo, soñador y batallador de una humanidad más justa, desde la acción de “La Traíña”, reconocida como una Asociación insólita y admirable, por su brega permanente, por el Defensor del Pueblo Andaluz y, con el premio de Ideal del año, justo agasajo para quienes han sido creadores de su proceso de dignificación.
¡Pudo la caminata del paseante herido mejorar tantas cosas, activar tantos sueños!
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