Todo llega. Después de 15 años de vicisitudes,  el Centro Andaluz de la Fotografía (CAF, a partir de ahora) tiene, por fin, un hogar digno en el número 9 de la calle Pintor Días Molina nº9.

Cierto que el principal interés ciudadano está dirigido a la capacidad de los responsables de la cosa para generar proyectos y saber llevarlos a cabo; también, que hay multitud de espacios idóneos en Andalucía (en Almería no tantos) donde mostrar las exposiciones. Pero todo ello requiere de al menos una mínima infraestructura desde donde plantear las ideas y ofrecer los correspondientes servicios.  Y sirva como inciso que a más de uno se le ocurre que, de estar en Sevilla, el CAF contaría con una sede estable desde hace años, por muchas rehabilitaciones que hubiera precisado ese hipotético Liceo hispalense: no en vano, 15 años dan para derribar y volver a construir tres o cuatro veces el edificio en cuestión. 

Pero, en fin, lo importante es que el 31 de octubre, el presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves inauguraba la flamante sede en la que la administración autonómica ha invertido dos millones de euros. Y lo hacía con dos exposiciones escogidas a conciencia: Un jóven reportero gaditano y su visión de los conflictos de Afaganistán y Palestina (Emilio Morenatti) y un veterano loco almeriense (Gerardo Rueda) dedicado a deconstruir sus obsesiones.

El edificio, cuya peripecia histórica incluye un origen difuso y un uso variopinto (fábrica de cepillos y escobas, lonja, taller mecánico, almacén… y hasta casa de putas) ha sido recuperado para el CAF por el lápiz restaurador de la arquitecta Mercedes Miras Varela.  Cuenta el inmueble con dos salas de exposiciones, un plató bien equipado, un taller de tratamiento digital, una sala multiuso y una pequeña biblioteca. Todo ello en manos de un equipo ahora ampliado bajo la dirección del fotógrafo Pablo Juliá (Cádiz, 1949), prestigioso reportero y editor de fotografía de la edición del Pais-Andalucía, que este año ha tomado el relevo a Manuel Falces.

Con estos mimbres, se abre una nueva etapa que el discurso vehemente del director anuncia muy interesante. De ser así -y no hay razones para pensar que no pueda serlo- el CAF será, por fin, un gestor cutural, con sus planteamientos, sus programas, su planificación, su contenido, en suma, y no un mero organizador de exposiciones. 

Pablo Juliá parece tener ideas claras al respecto, aunque no vendría nada mal ese encuentro internacional de Centros de Fotografía que se pretende para conocer experiencias que puedan completar finalmente el dibujo.

Entre las tareas pendientes señaladas por el director figura una obligada radiografía de la actividad fotográfica andaluza (creativa, periodística,  publicitaria, científica…); el impulso de nuevos valores en colaboración con el programa INICIARTE y con las Escuelas de Artes; el desarrollo de talleres ya por toda la geografía andaluza, y una página web todavía en construcción y que quizá habrá que enriquecer de manera que pueda servir a los fotógrafos de esta comunidad autónoma para algo más que una mera información institucional. 

Pero entre los proyectos anunciados hay uno que puede convertirse en el buque insignia del centro. Pablo Juliá anunciaba una Bienal Fotográfica sobre el Paisaje. Entiendo que el interés de esta idea no está tanto en la cita fotográfica en sí como en que el resultado de organizarla redunde en la adquisición de  unos fondos inestimables que nos permita conocer la evolución de una realidad física en constante transformación y que nos afecta de manera cotidiana. En este empeño, al parecer, también participan la consejería de Obras Públicas y la Universidad de Sevilla.

Por último, no hay que olvidar que el CAF cuenta ya con fondos importantes. Son más de 3000 imágenes de fotografías de significativos autores. Muchas de ellas, surgidas de uno de los proyectos fotográficos más ambiciosos que se han llevado a cabo en España: el proyecto Imagina de Manuel Falces. El nuevo equipamiento del CAF servirá además para digitalizar estos fondos.

Una vez que parece que el CAF comienza a ser algo tangible, sólo cabe esperar que se cumplan las expectativas, siquiera minimamente, y se mantenga el pulso.