Portada diseñada por Quinita Villacampa. Obra finalista del certamen de obra gráfica "Día de la libertad de Prensa". 

La Asociación de la Prensa y la Escuela de Arte, convocaron el I Concurso de Obra Gráfica. El requisito imprescindible fue que todas las obras estuviesen inspiradas en el artículo 20 de la Constitución. La portada de este Anuario, finalista de dicho certamen, representa un ratón de ordenador arrastrado por una cadena de grandes dimensiones.



Índice de esta sección

Perro come perro


  

José María Jiménez


Un plan muy poco serio


  

Javier Martínez de la Horra


La era de los grandes


  

Mari Carmen Cerezuela


La crisis que viene


  

Antonio Fernández


Los verdes billetes verdes


  

David Uclés Aguilera


El paraíso olvidado


  

Eduardo D. Vicente


Que las piedras dejen ver la montaña


  

Javier Martínez


La Universidad sosegada, más jefes que indios


  

Antonio J. Rojas Tejada


Contra las cuerdas


  

Inmaculada Ramos


Butacas para todos


  

Kartyon


La presión urbanística transforma el paisaje del Levante


  

Manuel León




Artículos de este autor

Butacas para todos


2008 | Crítica y Opinión



Butacas para todos


 

Los Juegos dinamitaron la imagen lánguida y abatida de una identidad  colectiva a la que parecía estábamos atados los almerienses. Un sentimiento que también proyectábamos al exterior. Por eso a la Fura dels Baus le fue tan fácil emocionarnos con una representación pintiparada de nosotros mismos. Pero, ¿qué nos dejaron los Juegos además de una fuerte dosis de autoestima? … Quizás, unas instalaciones adecuadas en torno a las que se ha podido estructurar un sistema deportivo que latía asincrónicamente. 

Los Juegos no nos dejaron mucho más. Se celebraron sin las grandes referencias urbanísticas y las obras públicas que los justificaban en su génesis, con algunas prisas y con una gran dosis de complacencia de las distintas administraciones públicas. La referencia de los Juegos y el resumen de esta herencia es el Estadio Mediterráneo. Sí, la “Joya de la Corona” pero por su relación calidad/ precio. Nunca antes algo tan barato resultó ser tan funcional y rentable. Cómo se explica si no, que el arrendamiento temporal del nombre costase lo mismo que el propio Estadio. O que la proyectada ampliación de su graderío fijo suponga cerca del coste total de la obra: aproximadamente el doble de lo invertido en la construcción del Palacio Mediterráneo y, más o menos, una décima parte de lo que la Junta invirtió inicialmente para construir el Estadio de la Cartuja en Sevilla. 

Es innegable que fueron los mejores Juegos Mediterráneos de la historia y también es evidente que su organización representó un gran esfuerzo institucional de racanería inversora. Tanto que gran parte del material deportivo utilizado fue subastado al mejor postor tras finalizar los mismos. Ahorro para proyectar, ahorro para invertir y cicatería para liquidar. Por dejar poco, no han dejado ni deudas. 

Parece que ahora, la obra emblemática de esta calculada y milimétrica inversión institucional puede ponerse a la venta. Un lobby de agentes deportivos, personalidades políticas y periodistas apuestan por transformarlo en el Wembley Stadium almeriense. Las razones son “de primera”. Poco importa lo que fue, lo verdaderamente importante es lo que podrá ser. “A buena hora, mangas verdes”. Pues ya podían haberlo pensado y gastado antes. 

Las reformas que se barajan apuestan por la eliminación de las pistas de atletismo, el hundimiento del terreno de juego muy por debajo del nivel freático e incluso la construcción de un hotel con vistas al campo. Pero, ¿de dónde saldrá el dinero para afrontar tan imaginativa remodelación? Todo sea porque no nos quedemos sin ver al Madrid o al “Barça”, aunque el resto del año tengamos que ignorar nuestras vergüenzas vacías.

A pesar del “esfuerzo” institucional, los Juegos pasaron triunfalmente por Almería dejándonos un cierto sabor a rebeldía. Fuimos el mejor público del mundo en las instalaciones más baratas de la historia. Qué pena que tuvieran tan escasa repercusión mediática. Podríamos haberlos aprovechado para exportar nuestra increíble capacidad innovadora. “Aquí pueden ver un Estadio Olímpico. Pues ya verán en qué lo vamos a convertir una vez que finalicen estos Juegos”.  

Empachados de tozudez conseguiremos incluso olvidarnos del evento. Pero qué desagradecidos somos, capaces de vendernos por una entrada. El Estadio Mediterráneo representa la voluntad de todo un pueblo. El mismo que se sintió emocionado en la Ceremonia inaugural, a pesar de haber pregonado machaconamente su incredulidad a voces; a la vez alimentaba la ilusión susurrándose de unos a otros su firme voluntad de que el sueño se realizara.

“Al-mariyat Bayyana” reducida a su mínima expresión: la Liga de las Estrellas. Para algunos eso es lo que somos: “espectadores” de nuestra propia historia. Los Juegos nos dejaron tan poco que estamos empeñados en derribar la huella más evidente de su memoria al grito histriónico de “¡butacas para todos!”. 

 

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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2008, en la sección Crítica y Opinión


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