Portada diseñada por Quinita Villacampa. Obra finalista del certamen de obra gráfica "Día de la libertad de Prensa". 

La Asociación de la Prensa y la Escuela de Arte, convocaron el I Concurso de Obra Gráfica. El requisito imprescindible fue que todas las obras estuviesen inspiradas en el artículo 20 de la Constitución. La portada de este Anuario, finalista de dicho certamen, representa un ratón de ordenador arrastrado por una cadena de grandes dimensiones.



Índice de esta sección

Perro come perro


  

José María Jiménez


Un plan muy poco serio


  

Javier Martínez de la Horra


La era de los grandes


  

Mari Carmen Cerezuela


La crisis que viene


  

Antonio Fernández


Los verdes billetes verdes


  

David Uclés Aguilera


El paraíso olvidado


  

Eduardo D. Vicente


Que las piedras dejen ver la montaña


  

Javier Martínez


La Universidad sosegada, más jefes que indios


  

Antonio J. Rojas Tejada


Contra las cuerdas


  

Inmaculada Ramos


Butacas para todos


  

Kartyon


La presión urbanística transforma el paisaje del Levante


  

Manuel León




Artículos de este autor

Que las piedras dejen ver la montaña


2008 | Crítica y Opinión



Órdago a grandes


2007 | Economía



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Que las piedras dejen ver la montaña


 

No hizo falta computar la tercera para que llegara la vencida. Los Stones aparecieron por fin por El Ejido después del silencioso plantón (por lo de la afonía y las explicaciones, que no por el escándalo) de 2006. Las consecuencias de tan mayúscula decepción se dejó notar en el aire y llevó a más de uno a preocuparse por la acogida de tan, de nuevo, mayúscula inversión. Una semana antes del esperado ‘concierto del siglo’ en la provincia apenas se había llegado a un tercio del papel vendido… malos números para algo irrepetible. De hecho, pasar de 53.000 entradas vendidas a no llegar a 30.000 asistentes de un año para otro, deja cierto gusto a fracaso. Sobre todo cuando conciertos como los de Héroes del Silencio, en el mismo año se han movido en una media de 70.000 espectadores.

Por tanto, con menos revuelo y acólitos rockeros de quita y pon, los Stones pisaron Almería allá por el mes de junio. Unas semanas antes y con el asesoramiento de alguna de las mentes lúcidas que gestionan su cuenta de ingresos, dejaron rolar un vídeo presentándose en España como chicos buenos y pidiendo perdón a los ejidenses. Que por cierto, los movimientos de Richards en la citada cinta parecen propios de un pre-, pro-, post, u omni-resacoso. El rencor, la desidia y el desencanto eran tales que la jugada tampoco salió redonda. Pero llegaron y tocaron. Son genios y el rock es así y “mucho Poli”.

Además del vídeo hubo otros incentivos promocionales. El Ayuntamiento de El Ejido, de la mano del sector agrícola, puso a disposición de los asistentes miles de litros de gazpacho. Un producto nutritivo y refrescante elaborado con frutas y hortalizas como las que dan nuestros invernaderos pero que se consume precisamente en verano, los meses en los que el campo almeriense deja de producir y no es fácil encontrar todos los ingredientes con nuestro sello de origen.

En cuanto a lo puramente organizativo, no se puede poner ni un solo pero. Accesos, seguridad, servicios sanitarios… La estructura montada en torno a un evento de tal magnitud como un concierto de los Stones demostró, eso sí, que El Ejido supo estar a la altura.

La música jalea a las fieras

Bien acompañados por un Loquillo rejuvenecido y unos Jet casi ignorados más allá de sus dos éxitos de turno, los británicos desplegaron su ‘sota, caballo y rey’ de su magna discografía. Nada sorprendente, las mismas canciones, los mismos acordes, la misma poca comunicación entre componentes que en cualquier parte del mundo: función enésima, escenario El Ejido. Que nos lo pasamos bien, sí. Que valió la pena, también. Pero por suerte y más allá de las corrientes sociales de la moda musical, he estado en conciertos con una treintena de personas en los que he disfrutado más de la música en directo que el 30 de junio de 2007 en Saint Sunday Stadium. Lo cortés no quita lo valiente y, en este caso, la crítica no quita lo rockero.

En Rolling Stones ya no hay riesgo, ya no existe magia, sólo gran espectáculo, gran escenario, gran circo, gran negocio. Es difícil equilibrar el peso de la música con otros aspectos que nada tienen que ver, pero a una de las bandas más grandes la historia del rock, se le debe exigir mucho más, (igual que ellos exigen ciertas excentricidades para cerrar el contrato) y no quedarnos en la complacencia de la oportunidad histórica.

Al menos, y ante eso hay que descubrirse, gracias a la insistencia de quienes reapostaron por ellos, podremos decir que una noche sentimos el calor del demonio, que saboreamos el azúcar moreno, que lo pintamos todo de negro y que, pese a todas esas cosas, no alcanzamos la plena satisfacción.

 

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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2008, en la sección Crítica y Opinión


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