Portada diseñada por Quinita Villacampa. Obra finalista del certamen de obra gráfica "Día de la libertad de Prensa". 

La Asociación de la Prensa y la Escuela de Arte, convocaron el I Concurso de Obra Gráfica. El requisito imprescindible fue que todas las obras estuviesen inspiradas en el artículo 20 de la Constitución. La portada de este Anuario, finalista de dicho certamen, representa un ratón de ordenador arrastrado por una cadena de grandes dimensiones.



Índice de esta sección

Perro come perro


  

José María Jiménez


Un plan muy poco serio


  

Javier Martínez de la Horra


La era de los grandes


  

Mari Carmen Cerezuela


La crisis que viene


  

Antonio Fernández


Los verdes billetes verdes


  

David Uclés Aguilera


El paraíso olvidado


  

Eduardo D. Vicente


Que las piedras dejen ver la montaña


  

Javier Martínez


La Universidad sosegada, más jefes que indios


  

Antonio J. Rojas Tejada


Contra las cuerdas


  

Inmaculada Ramos


Butacas para todos


  

Kartyon


La presión urbanística transforma el paisaje del Levante


  

Manuel León




Artículos de este autor

Lo que el ladrillo se llevó


2009 | Urbanismo y medio ambiente



La presión urbanística transforma el paisaje del Levante


2008 | Crítica y Opinión



Almerienses y triunfadores


2007 | Economía



La presión urbanística transforma el paisaje del Levante


En 1855, el jefe indio Noah Sealth escribió al presidente de los Estados Unidos: «La tierra no pertenece al hombre, sino el hombre a la tierra. Todo está unido, como una familia por la sangre». Almería uno de los territorios mejor conservados de Europa (no por méritos propios, sino porque quedaba muy lejos de todas partes) ha puesto en riesgo en los últimos años el valioso activo económico de su entorno natural por el crecimiento poblacional registrado y por la presión urbanística, la más alta de todo el territorio español durante 2006 y 2007, según el boletín económico de Cajamar.

Si hay una zona de la provincia donde este crecimiento exponencial se ha convertido en un paradigma ha sido el Levante almeriense, la vieja Axarquía de los moros, que ha visto transformado su paisaje por la construcción, en algunos casos necesaria e inevitable y en otras ocasiones desmedida. Las dentelladas a este territorio que se extiende desde Pulpí hasta los mismos pies del Cabo de Gata han sido palpables y sólo en los últimos meses se barrunta que se ha podido irradiar algo de mesura a la actividad promotora y constructora, más por enfriamiento de mercado que por un repentino afán proteccionista de administraciones locales y empresas del ramo.

El afán de colonizar nuevo suelo en los últimos años (en las últimas décadas) no sería tan grave si no hubiera afectado también a parte del patrimonio histórico, paisajístico y sentimental de esta gran comarca litoral, cuyas pérdidas, en algunos casos, son ya irreversibles. Hay quien piensa (y puede que no le falta parte de razón) que todo puede ser susceptible de conservarse y si se aplica un rígido cedazo no podría moverse ni un terrón y de esa manera sería imposible desarrollar un espacio con las viviendas y los servicios necesarios.

Pero los límites quizá deban anidar en el sentido común y eso parece haberse echado de menos en algunos dramáticos casos que ya no tienen vuelta atrás. El Moro Manco de Mojácar y El Monte Calvario de Garrucha ya no son lo que eran. Han sido afeitados estos dos visibles cerros, como los toros, para levantar nuevas edificaciones y aprovechar cada palmo de la oquedad de la roca. Un humedal como el Charco del Gato, en la costa de Vera, ha desaparecido y su vecino Salar de los Canos, donde se ha configurado en los últimos años una laguna excepcional con aves migratorias y un ecosistema propio, está a punto de ser víctima propiciatoria del ladrillo y hormigón. A pesar de su valor paisajístico, esta reserva de agua dulce no tiene escapatoria porque está declarada como suelo urbanizable desde los años ochenta, a pesar de que las propias autoridades ambientales reconocen sus condiciones naturales. A sólo un centenar de metros, en el campo de Palomares, están siendo cercenados estos días los últimos restos de arqueología industrial de la fundición minera de San Javier compuestos por los viejos humerales por donde transitaba el humo de la combustión de los metales de sierra Almagrera. Más hacia Levante se halla Villaricos, sobre la antigua ciudad púnico romana de Baria, donde desapareció hace dos décadas el documentado yacimiento arqueológico de Los Conteros, sin poder se excavado. Hoy se asienta allí una urbanización de chalets para británicos. Más al sur están localizadas las ruinas de la vieja Baria que se salvaron, in extremis, por la intervención de un grupo de vecinos, cuando ya se habían diseñado los planos, con licencia de obras incluida, de un complejo residencial en primera línea de playa sobre los restos de la ciudad antigua en la que se han documentado balsas de salazones donde se hacía el garum y donde se ha podido recuperar cerámica romana, vasijas, monedas y estucos de gran valor que hoy están en el Museo Arqueológico de Almería.

La vieja comarca del Levante almeriense ya no es lo que era. Uno pasea por el litoral que une Vera, Garrucha y Mojácar y se percibe como apenas quedan espacios abiertos donde perder la vista. Urbanizaciones de dúplex y triples han germinado a lado y lado de la carretera cambiando toda la fisonomía de antaño. Es el peaje que se está pagando por el progreso, tras la mejora de las comunicaciones con Madrid, a través de Murcia. La hiperpoblación es un fenómeno imparable en la comarca. Vaticinan que en veinte años esta tierra albergará medio millón de habitantes con servicios sanitarios y de infraestructuras preparados para cien mil.

Con los nuevos proyectos, Garrucha no dejará un palmo libre de su escaso término municipal hasta la Cañá Flores; Vera triplicará su población, que era de cinco mil habitantes hace sólo ocho años; Mojácar terminará por rellenar los últimos agujeros que le quedan al queso de Macenas, El Cantal y la montaña de la Venta del Bancal. En Carboneras, aún no está del todo claro, cuál será el futuro del Algarrobico; En Turre también se proyectan nuevas promociones junto a la ermita de San Francisco y en Huércal-Overa va a ser urbanizada la zona colindante a la Ballabona; entre Garrucha y Los Gallardos, la Junta de Andalucía, en el controvertido Plan de Ordenación Territorial del Levante Almeriense, ha dispuesto un gran corredor de suelo urbanizable para uso turístico y residencial denominado Llano Central, con varios miles de hectáreas que dejarán de ser espacio natural para convertirse en nuevas zonas urbanas. Sólo la costa de Cuevas del Almanzora tiene límites impuestos a ese desarrollo por el Plan de Protección Especial del Medio Físico.

Mal menor

Diversos profesionales han reflexionado sobre esta reciente transformación paisajística del Levante almeriense y matizan, como mal menor, que el crecimiento urbanístico podría haber sido aún más agresivo. El arquitecto madrileño José Luís Gallego, con una amplia trayectoria en la comarca desde los años 70, considera que la edificabilidad se ha conseguido mantener a unos niveles que no han llegado a los de la Costa del Sol y el resto del Levante peninsular. Aún es posible en esta comarca ver crecer en zonas turísticas alguna higuera o un algarrobo, aunque en líneas generales está perdiendo ese tipismo que la hizo célebre, ese modelo de casas bajas y encaladas y chalet propio con jardín, propio de la costa de Mojácar hasta la década de los 90. Para algunos profesionales, Puerto Rey, en la costa de Vera, fue el paradigma del gusto arquitectónico en la provincia: una tranquila urbanización de casitas blancas con jardines, promovida por un rico varón belga en los años 70, refugio posterior de ministros y eurodiputados. Algunos profesionales de la arquitectura han reclamado de nuevo la recuperación de materiales autóctonos de la zona como la cal, el barro y la caña, a veces no hay por qué buscar nuevas herramientas, basta mirar atrás, a las casas de nuestros abuelos.

 

Atentados contra el patrimonio histórico y cultural

A veces, el urbanismo del Levante almeriense, como seguro que otros urbanismos, no ha sido muy respetuoso con las señas de identidad de los pueblos. Poco han importado los arcanos ante la rentabilidad del metro cuadrado. Aunque se ha salvado Baria, en Villaricos, no corrieron la misma suerte el poblado de Roceipón, en Vera, o Cadima, en Los Gallardos, en la margen izquierda del río Aguas, que ha sido pasto de sucesivos movimientos de tierra. Como tampoco se salvó el yacimiento de La Rumina, en la playa de Mojácar, ni el de Qurénima en Antas, que ha sido objeto de roturaciones ilegales; al igual que el Acueducto del Real, en esta última localidad, que fue partido por la mitad porque no contaba con la suficiente protección en el catálogo de protección del Patrimonio Histórico Andaluz. Otros restos de arqueología industrial que han fenecido para siempre son los de la antigua fundición San Jacinto, en Las Marinas de Vera, aunque se ha logrado mantener en pie, aprisionada entre una colonia de dúplex, la antigua chimenea. Esta extinta fábrica de fundición de plomos fue levantada por Jacinto Anglada Lloret en 1860, dedicándose a la fundición de minerales argentíferos de Sierra Almagrera.

Hace unos años, la antigua mezquita árabe de Cabrera, en la sierra de Turre, se convirtió en un pub y el rincón más pintoresco de la Mojácar profunda, el Arco de Luciana, fue derribado con una pala excavadora.

También ha sido tapiada la Cueva de Mariquita La Posá, protagonista de una de las leyendas más populares de la comarca.

Existe un debate abierto en la comarca del Levante entre ciudadanos partidarios de que hay que conservar los vestigios culturales de los pueblos y los que consideran que ese conservacionismo mella el crecimiento y el progreso de la zona y apuntan a que para abrir nuevas carreteras y ofertar nuevos servicios es irremediable impactar sobre el paisaje autóctono. En cualquier caso, es la pescadilla que se muerde la cola: si se crece sin mesura, se perderán los valores naturales y paisajísticos, que es, a su vez, uno de los motores de atracción turística y desarrollo del Levante almeriense. Sin ese sello diferencial, el interés de los visitantes desaparecerá y en la mayoría de las miles de viviendas proyectadas para los próximos años se colocará el temido cartel de ‘se vende’.

 

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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2008, en la sección Crítica y Opinión


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