Portada diseñada por Quinita Villacampa. Obra finalista del certamen de obra gráfica "Día de la libertad de Prensa". 

La Asociación de la Prensa y la Escuela de Arte, convocaron el I Concurso de Obra Gráfica. El requisito imprescindible fue que todas las obras estuviesen inspiradas en el artículo 20 de la Constitución. La portada de este Anuario, finalista de dicho certamen, representa un ratón de ordenador arrastrado por una cadena de grandes dimensiones.



Índice de esta sección

Perro come perro


  

José María Jiménez


Un plan muy poco serio


  

Javier Martínez de la Horra


La era de los grandes


  

Mari Carmen Cerezuela


La crisis que viene


  

Antonio Fernández


Los verdes billetes verdes


  

David Uclés Aguilera


El paraíso olvidado


  

Eduardo D. Vicente


Que las piedras dejen ver la montaña


  

Javier Martínez


La Universidad sosegada, más jefes que indios


  

Antonio J. Rojas Tejada


Contra las cuerdas


  

Inmaculada Ramos


Butacas para todos


  

Kartyon


La presión urbanística transforma el paisaje del Levante


  

Manuel León




Artículos de este autor

Perro come perro


2008 | Crítica y Opinión



Perro come perro


Ya advierto desde el principio que éste no pretende ser un artículo complaciente. Se llama como se llama y no, por ejemplo, “Entre bomberos no se pisan la manguera”. Por lo demás, seguro que en el interior de este Anuario encontrarán otras muestras donde el almíbar rezume detrás de cada calificativo. El punto de partida nace de una reflexión tan palmaria como no asumida: el periodismo como una de las malas artes. Y pegado a ese origen, como un apósito a un miembro mutilado, otra constatación: esa vaga sensación de que se gira en torno a lo que, brumosamente, se percibe como Poder, así, con mayúsculas.

El descrédito de la profesión forma el envés del descrédito de la realidad ( una de las características de nuestro tiempo ),  una tarea a la que todos parecemos aplicarnos, aunque hay que reconocer que no con el mismo entusiasmo. 

Hasta hace relativamente poco las cosas parecían estar claras: a una parte de la trinchera, la de acá, el periodista. A la otra, la de allá, el resto. Desde informantes y fuentes hasta objetos y sujetos de críticas aceradas o plúmbeas loas. Esa bonita dicotomía es lo que se llama periodismo, abreviando y por no entrar en disquisiciones bizantinas muy apropiadas quizá para entretener el tedio de los alumnos de las Facultades de C.C. de la Información pero nada pertinentes en espacio tan precioso como el que me brinda este Anuario.  Decía que las cosas estaban claras, preludio de que ya no lo están. Como si entre las líneas “Maginot” y “Sigfrido” hubiera surgido un lugar neutral  el que los combatientes pudieran intercambiar cigarrillos y fotos de la novia, así ha ocurrido en el periodismo. Y a los elementos que han servido como cabezas de puente de esa maniobra se les conoce con el nombre de “Gabinetes de Prensa”.  Las trincheras son las trincheras, y no estancias donde tomar tranquilamente el té. Por eso la retirada de las primeras alambradas no se percibió como una arriada de pantalones sino como una suerte de repliegue táctico. Pero los tiempos que llegaron trajeron lo obvio: que los puentes se construyen para pasar al otro lado y, en una guerra, para asaltarlo y quedarse con él.  La avanzadilla,  formada por aquellos entrañables gabinetes vinculados generalmente a empresas deseosas de recibir un trato amable, pronto dio paso a otras tropas mucho más aguerridas y bastante más pertrechadas, sobre todo de objetivos. Se llamaron, y se llaman, gabinetes de prensa de cuanto poder político ha adquirido suficiente masa crítica para pensar que necesita sus servicios. Y  son todos.  En estos momentos asistimos  a la eclosión de estos organismos cuyo crecimiento se asemeja más a una metástasis. No es una hipérbole afirmar que disponen de más redactores que bastantes medios de comunicación. Conozco a muchos de estos compañeros y aprecio a algunos, pero las pasiones no deben cegarnos y tenemos que reconocer que ya no están en nuestra trinchera.  Lo que en realidad oculta esa operación es una de las facetas de un proceso que comenzó hace mucho y que no tiene visos de parar: la ocupación por el poder político de la sociedad civil, que a este paso quedará reducida al magro perímetro de un confeti. Lo pertinente, y lo arriesgado, es resistir, y me temo que en esta cuestión no se están haciendo demasiadas cosas. Odio los corporativismos como odio cualquier forma de gregarismo. Esa es una de las razones por las que no formo parte de ésta ni de ninguna Asociación de la Prensa. Pero si lo fuera no admitiría que en su seno tuvieran acomodo los periodistas que trabajan en estos gabinetes. Porque han dejado de ser periodistas y su trabajo consiste más en orientar noticias que en buscarlas. 

¿Qué se pensaría de un ejército en cuyo Estado Mayor se sentaran los de la otra trinchera con el único argumento de compartir el mismo título universitario?

Los duelos, por favor, sólo dialécticos.


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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2008, en la sección Crítica y Opinión


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