La Portada está fundamentada en dos elementos principales. Por un lado, un fondo de color negro reforzando la idea de ´Año Negro de la Prensa de Almería´, en cuyo conjunto se pueden leer algunas de las muchas circunstancias que ha tenido que sufrir el colectivo en el 2008. Por otro lado, la imagen procura representar la presión que sufren los informadores por parte de diversos sectores, y la precariedad laboral de muchos de los periodistas. 

En la fotografía, se representa a un profesional almeriense intentando realizar su trabajo, con los bolsillos sacados simbolizando ruina y las carencias que sufre en su puesto de trabajo. También hay dos hombres de corbata que simbolizan los grupos de presión. Éstos tienen los bolsillos llenos de dinero y, por ello, tiran de los brazos del periodista para manipular a su antojo la información que ha de salir publicada en el medio que ampara al periodista. 

* Joaquín Navarro, autor de la portada del `Anuario Crítico de Almería 2009´, trabajó como diseñador y maquetador en el desaparecido `Diario de Almería´, uno de los medios almerienses (junto con `El Director Económico´y `El Mundo Almería´) que cerró durante 2008. Situación que queda reflejada en la página principal de esta publicación.


La izquierda que guardó luto al ladrillo


La joven miró al hombre con recelo y se marchó, pasillo adelante, hacia el ascensor. A su lado, un niño de un año en un carrillo. Y en su mente, unas palabras que acababan de cambiarle la vida: “Tienes que renunciar a la indemnización. Las cuentas están mal y tú tienes que dar ejemplo”. La chica, entre encolerizada y sorprendida, no podía entender cómo alguien tan cercano le hacía una petición tan exigente. Se había quedado sin trabajo y ahora querían que renunciara a un dinero que suponía un alivio para la economía familiar. Aquel hombre tan displicente era su padre, concejal de Huércal de Almería. Otoño de 2008, en Villa Inés. 

Tres meses antes, 12 de septiembre. Registro del Ayuntamiento. María Isabel Rodríguez e Isabel López entregan unos documentos a un funcionario. Acababa de dimitir la alcaldesa -regidora desde 1995- y la concejala de Hacienda. La noticia se expande con celeridad, pero el adiós político no era inesperado. “Han sido meses de acoso y derribo”, dijo Rodríguez. Los tiempos estaban marcados. 

El calor traspasa los tabiques de las casas. Las calles, solitarias. 27 de junio. El grupo municipal socialista anuncia la ruptura del pacto de gobierno con Izquierda Unida. Sus cuatro concejales pasan a la oposición. En una nota de prensa, el PSOE argumenta que no quieren ser “copartícipes” de la gestión económica de Rodríguez y denuncian que IULV-CA ha “incumplido” el acuerdo postelectoral. Los seis ediles de la formación comunista no eran suficientes para gobernar. Un cordón sanitario rodea el pueblo y, aunque la alcaldesa decide continuar, es consciente de que su travesía pública está escribiendo su epílogo. 

Bajo la sombra de un árbol, un jubilado, ya viejo, recuerda los días en que los trenes pasaban, con su ronroneo, cargados de hierro de los yacimientos del Marquesado del Zenete. La tarde languidece, sin aire, y en una puerta de una casa de planta baja se preparan unas sillas para tomar el fresco de la noche. Es julio de 2007. El día en que dos adversarios, a los que acompañan rancios recuerdos, sellan una paz “por la gobernabilidad” de Huércal: María Isabel Rodríguez Vizcaíno y Francisco Díaz Casimiro. El mapa de las municipales había dejado un arco de cuatro partidos, ninguno con mayoría absoluta. Izquierda Unida ganó con seis ediles, pero le faltaron dos para no depender de nadie. El PSOE mejoró sus expectativas y alcanzó los cuatro. El Partido Popular avanzó hasta conseguir cinco concejales. Y aunque a Vecinos de Huércal -la propuesta municipalista- le faltaron pocos votos para el tercer representante, se quedó en dos. La aritmética había traicionado la lógica. Las izquierdas debían entenderse. 

Y así fue. Pero pronto, pasada la química inicial, llegaron los roces en la gestión. Las arcas empiezan a acusar la caída de ingresos, y los dos proyectos-emblema de Rodríguez, la Residencia de Mayores y la Guardería, se convierten en elementos para la discordia. Los socialistas exigen adelgazar el gasto público en una acción de ingeniería contable que Izquierda Unida no acepta. Los meses enfrían las relaciones de unos compañeros de viaje que ya no se fían. Huércal inicia su hibernación. 

Un año después. Las Zorreras. Un cuarentón padre de familia guarda en el armario el mono de albañil. Ha perdido su empleo. En Los Pinos, la última grúa aguanta los vientos de decadencia. Y la anunciada urbanización de El Cercado se paraliza. El solar se erige en un erial de tierra que se queda en barbecho, a la espera de otra primavera. Una caseta de venta prefabricada es lo único que queda de unos días en los que los pisos y los dúplex se vendían con desahogo, mientras bancos y cajas compartían los designios del negocio. 

El ruido de la calle llega al Consistorio. El PSOE abandona el pacto y Rodríguez huye hacia un futuro que no existe. Las presiones se aceleran. El edil de Servicios Sociales, Participación Ciudadana y Medio Ambiente, Juan José Amate, decide marcharse en silencio. Y los tres concejales siguientes en la lista de Izquierda Unida: Alejandro Cayuela, Francisco Ramos y María Jesús Amate -hermana del concejal- también renuncian. 

Huércal despide su tórrido verano. Septiembre -inicio del curso político- confirma el final de un ciclo. El día doce, sin evasivas, la alcaldesa anuncia que se va: “Sólo se puede gobernar desde el entendimiento y la lealtad”, sentencia. Junto a ella, otra salida, la de Isabel López. Corre la lista, y Antonio Molina y María Dolores Salmerón ocupan los puestos vacantes. IU decide que sea Juan Ibáñez, un hombre de semblante humilde, quien asuma la alcaldía en funciones.

Dos días después, el PSOE se ofrece para “ser útil”. Entienden que el obstáculo, la alcaldesa, ya no impide un acuerdo estable con IU. Pero ahora las circunstancias eran otras. El trauma de la primera ruptura constituía una rémora para volver a intentarlo. 

El otoño –finales de septiembre- llega con una nueva alianza. Los dos concejales de Vecinos de Huércal (VHA) se suman a los seis de Izquierda Unida. No tienen mayoría, pero el PP –el partido más reforzado en todo el proceso- emprende una oposición de ‘dulce’ beligerancia. 

Febrero de 2009. Carnaval. La chica que meses antes no entendía las agrias palabras de su padre recibirá su indemnización como ex trabajadora de la residencia de mayores. Su semblante ha cambiado, y su hijo, vestido de superman y ajeno a todo, disfruta en una fiesta de disfraces. El Ayuntamiento tendrá que desembolsar en marzo alrededor de 750.000 euros para saldar la deuda generada con los empleados del centro. 

Mañana cercana al miércoles de ceniza. Los días de Huércal son más largos. El sol sale del letargo, pero la caja de Hacienda está fría y escuálida. El presupuesto de este año, que será inferior al de 2008 –cifrado en 11.615.820 euros-, es la consecuencia de un fuerte desplome de la recaudación municipal. Entre tanto, el pacto de IU y Vecinos de Huércal ha estado a punto de desvanecerse dos veces. La convivencia, en circunstancias de austeridad, sólo es llevadera. Siguen llegando facturas de  años atrás, tiempos en los que había dinero para pagar, pero no siempre se hacía. 

Además, el nuevo gobierno se enfrenta a la compleja realidad de un crepúsculo económico, cuyo espejo son las cifras del Servicio Andaluz de Empleo (SAE): el primer mes del año se despidió con 1.449 parados, casi el doble que hace un año -772 en enero de 2008-. 

Las tardes se alargan en Huércal, pero en el pueblo el ‘invierno laboral’ se dilata. La joven residencia es hoy un esqueleto de ladrillos y sombras. No hay grúas. No hay obras. Y, aunque se ve más gente en la calle, es porque hay hombres y mujeres que ya no tienen razones para madrugar. 

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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2009, en la sección Política


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