Frente al ordenador. 

Así es como nos encontramos a diario los profesionales de medios de comunicación. Tenemos que escribir para locutar, subir a la web o llevar a imprenta aquello que los espectadores o lectores encontrarán en televisión, radio, periódicos e Internet. 

Un proceso que, cada vez, es menos sencillo. Durante ese período de tiempo se reciben llamadas, visitas a la mesa de personas de ‘rango’ superior que tratan intervenir en nuestro trabajo, etc. El periodista quisiera, entonces, encontrarse en una burbuja, mantenerse aislado y no sufrir interferencias que mermen la finalidad y objetivo que se persigue: informar, y bien. 

Aunque encontremos esos factores externos que tratan de interponerse entre el profesional y su ordenador, debemos obviarlos, espantarlos como si de una mosca que no para de molestar se tratase y continuar con nuestro cometido. Volver al origen de este trabajo y reducir todo aquello que disminuya la fuerza del mensaje entre el emisor y el receptor. 

Escribir, leer, volver a escribir, releer y dar por concluido nuestro texto cuando sólo nosotros estemos seguros de ello, con responsabilidad y profesionalidad. De eso sólo sabemos los periodistas.




Índice de esta sección

Vuelva usted mañana


  

Mabel Angulo


Mónsul y Genoveses: Cogeos las playeras


  

Anuska Benítez


El mosquito Tigre hace turismo en Roquetas


  

Francisco Granados


¡Sin plan, mi general!


  

Lola González


El mayor incendio de su historia


  

Guadalupe Sánchez


Un enorme despropósito


  

Paqui Martínez




Artículos de este autor

Mónsul y Genoveses: Cogeos las playeras


2011 | Urbanismo y medio ambiente



Mónsul y Genoveses: Cogeos las playeras


Para poder disfrutar de un relajado día de descanso en el Parque Natural de los Calares del Río Mundo, situado en la Sierra del Segura, en la provincia de Albacete, uno debe atenerse a dos reglas: primero, hay que tener paciencia, porque dentro del recinto sólo puede haber un número determinado de vehículos, y sólo en la medida en que las personas vayan saliendo pueden entrar nuevos visitantes; y segundo, dentro no se puede consumir ningún tipo de alimento, ni tan siquiera un bocadillo, por lo que casi no merece ni la pena llevarse la nevera ni el Tupperware. Esto permite también una mayor fluidez en el goteo de visitas, ya que los turistas y amantes del espacio natural no permanecen allí dentro más de dos o tres horas. Y sí, hay una barrera que impide el paso aglomerado y sin control de viajeros que llegan a contemplar el Nacimiento del Río Mundo, un insólito Paraje Natural cuyo máximo exponente es una cascada de unos 300 metros de altura que supera todas las expectativas de quienes se animan a visitar este lugar. Desde que se colocó la barrera y se oficializó el cierre nocturno del acceso al lugar, han cesado los botellones, las fogatas de campistas y las basuras que todo el mundo iba arrojando allí libremente.

Durante el verano de 2010, en Almería volvió a surgir la polémica sobre la idoneidad de controlar los accesos a las playas más emblemáticas del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar. Como recordaréis, la barrera de entrada por San José a las playas de Mónsul, Genoveses y otras calas se convirtió un año más en objeto de enfrentamiento entre administraciones, ecologistas y vecinos insurrectos.

Muchos almerienses son capaces de madrugar los fines de semana, incluso más que el resto de días laborables, para entrar en el cupo de afortunados a los que se permite acceder a las playas en su propio vehículo, para después hacerse un huequecito en la arena, a ser posible junto a las olas. Los bañistas de la capital se desplazan en largas colas los sábados y los domingos, huyendo de El Zapillo, para encontrar la paz que andan buscando, el horizonte paradisíaco y la tranquilidad del sonido del mar... Pero, por desgracia, a todo el mundo parece ocurrírsele siempre la misma idea, y la playa pierde de repente su aura y su magia, abarrotada de gritos, de sombrillas y neveras. Y cuanto más en verano, teniendo en cuenta que la masificación se prolonga de lunes a domingo.

Casi nadie se desplaza hasta Mónsul y Genoveses para pasar media mañana o media tarde. Tiene que ser un día completo, o César o nada.

Si al principio de verano, como todos los años, los interlocutores y partes interesadas (vecinos, empresarios y administraciones, a los que hay que añadir las voces ecologistas) al menos se pusieron de acuerdo en que se debe proteger el medio ambiente y no explotar un recurso natural y bello como es el Parque Natural, no se puede decir lo mismo cuando llegó el momento de determinar el número de vehículos que podrían acceder directamente a las calas de San José durante el horario restringido. Por supuesto, no faltó el baile de cifras que osciló entre los 400 coches que proponía una asociación de vecinos de San José (en función del aforo máximo de coches), los 150 que permitía la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía y el cero absoluto que reclamaban algunos grupos de ecologistas, quienes apuntaban que también se puede llegar a las playas dando un paseo o en bicicleta, eso sin contar con los autobuses que viajan desde San José a las mismas. Pero claro, es mucho más cómodo viajar en tu propio coche, sobre todo sabiendo que para coger el autobús que llega hasta Mónsul encima hay que pagar el billete.

Parece que al menos hay quienes se han dado cuenta que el problema no es tan solo el hecho de que haya más o menos coches tras la barrera, ocupando un espacio frágil y singular de forma masificada, sino que el continuo tráfico rodado, el trasiego de vehículos entrando y saliendo constantemente, provoca una polución y levanta una polvareda tales que son capaces de hacer el daño más insospechado: contaminando el aire y posándose sobre las hojas por donde las plantas deben respirar, asustando a cualquier tipo de fauna y desequilibrando todo un ecosistema a golpe de acelerones, porque siempre hay quienes no soportan conducir a 10 kilómetros por hora.

En la balanza tenemos un frágil equilibrio entre la necesidad de fomentar el turismo y la de preservar unas playas vírgenes situadas en un entorno privilegiado. Pero no puedo dejar de preguntarme, ¿habrá de verdad alguien que crea que los turistas van a dejar de visitar el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar por tener que guardar alguna vez cola ante  la barrera? ¿O que se va a hundir la economía almeriense solo por que entren 50 o 100 coches a las playas, en lugar de los 400 que permite el aforo de aparcamientos?    

Aunque al final se alcanzó un acuerdo, permitiendo la entrada a las calas de tantos coches como aparcamientos hubiera habilitados y cerrando la barrera a partir de las once de la mañana -y no de  las nueve, como estuvo durante el mes de julio-, aunque todas las partes interesadas quedaran satisfechas y aunque nos podamos comer los chorizos en la Cala Barronal, no se puede negar la evidencia: quien pagará las consecuencias será el propio Parque, y luego quienes lo disfrutamos.

En esta ocasión, algunos han conseguido llevarse el gato al agua, y se les podrá culpar de anteponer sus intereses particulares al cuidado del medio ambiente, pero a fin de cuentas, quien toma la decisión de coger el coche, la bici o las playeras, es quien se va a la playa, y no los políticos de turno. Así que el verano que viene, si podéis, cogeos las playeras.
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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2011, en la sección Urbanismo y medio ambiente
Palabras clave de este artículo: playas  |  mónsul  |  genoveses  |  vehículos


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