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El reto de informar en el siglo XXI


2014 | Editorial



El reto de informar en el siglo XXI


Estamos colonizados, una élite dirige la opinión pública. Consumimos información precocinada que elaboran centros de poder de acuerdo a sus intereses. Esta inquietante advertencia se la oí, hace ya algún tiempo, a Walter Lippman, decano de los periodistas norteamericanos. Me pareció y me parece que hay que tenerla en cuenta.


El siglo XXI arranca inmerso en una crisis no solo económica sino de valores y, más que nunca, es necesario un trabajo periodístico comprometido, riguroso e independiente que esté al servicio del bien común.


Una sociedad democrática es un régimen de opinión pública que tiene que basar su conocimiento en hechos ciertos y documentados, en su contexto y en la memoria. El periodista debe esmerarse en analizar el máximo de ángulos posibles, en acercarse al “otro”. El es el responsable de la veracidad. Y, de colocar en el centro del interés a “las personas”.


No obstante, la contaminación informativa de agencias externas, la politización mediática y la mediatización de la realidad política. La precariedad laboral, la injerencia mercantil y de grupos de presión. La ruptura de la frontera entre información y entretenimiento. El uso interesado del lenguaje para conformar actitudes, la amabilidad de las palabras para manipular las ideas. La pretensión de provocar emoción más que reflexión, la aceleración, la acumulación, la inmediatez, la superficialidad son graves amenazas.


Estar bien informado es un derecho fundamental que hay que exigir al igual que lo es la obligación de esforzarse por obtener contenidos de calidad.


La American Journalism Review defiende regañar al político, desenmascarar lo políticamente correcto, corregir las mentiras de la Economía convertida en cuerpo doctrinal para evitar que errores o falsedades se filtren y calen en la percepción pública de la realidad. Hemos visto cómo verdades irrefutables han resultado ser falacias, cómo equivocaciones de la mayoría se convierten en certezas, cómo una mentira repetida varias veces se transforma en verdad.


El modelo presente parece basarse en la aceptación de un pensamiento único y el mundo mediático, en general, se diría que se ha alineado con él. Es vital, creo, alertar sobre la necesidad de hacernos preguntas: sobre la construcción social y sobre el periodismo. Según Cornelius Castoriadis, destacado pensador, el gran mal de nuestra civilización actual es que ha dejado de cuestionar lo supuestamente incuestionable.


Respecto a los medios de comunicación, convencionales o digitales, esbocemos, pues, a vuela pluma algunos interrogantes: ¿reflejan lo real o lo inventan? ¿Están donde está la noticia o la noticia está donde están los medios? ¿los imperios mediáticos globales acercan o separan? La tecnología ¿facilita o dificulta la manipulación? ¿el marasmo de supuesta información no puede ser un deliberado propósito más para desinformar que para informar? ¿Quién marca la agenda informativa, de qué hablamos y de qué no hablamos? El libre flujo de información es, de hecho, nominal, ¿no resulta que más bien desdibuja realidades? ¿Quién paga la información que recibimos? ¿No están los medios, demasiado a menudo, más comprometidos con sus compromisos empresariales y de poder que con los valores democráticos?


Nunca ha sido fácil el periodismo, cuyo objetivo es adentrarse en la invisibilidad y el silencio. Hacer ver lo invisible. Decir lo que se calla. Buscar más allá del “qué”, plantear el “porqué”, el “para qué”, el “a quién beneficia”.


Me atrevo a concluir este prólogo parafraseando a León Felipe: yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto y he visto que los gritos de angustia de los hombres los ahogan con cuentos.


Bien, contra esos cuentos, buena formación... y buena información.


Instalar en la agenda individual y colectiva el debate sobre la calidad de la información que recibimos hoy, sea en el soporte que sea, así como sobre el prostituido vocabulario público es esencial y este Anuario ve la luz, una vez más, con la vocación de cumplir esta tarea. De contribuir a crear sentido crítico. El lema debe ser a mayor crisis, mejor periodismo.

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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2014, en la sección Editorial


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