La portada es una reproducción de la imagen plasmada en una chapa que editó la Asociación de Periodistas de Almería y en la que se podían leer los hastags utilizados a través de Twitter por los periodistas para reivindicar la profesión y denunciar algunas de las situaciones que se estaban produciendo durante el año. Dicha chapa la vestimos muchos periodistas en todas las manifestaciones, que fueron muchas, y que tuvieron lugar durante los dos años de los que trata el Anuario de 2013.


Ojo a los ladrones, acechan el invernadero


Hace solo unos días visitaba una oficina de una organización agraria en El Ejido y me llamó mucho la atención un cartel informativo que había dirigido a los agricultores. Se trataba de una advertencia sobre las nuevas empresas que han surgido en los últimos tiempos, a raíz del ‘explosivo’ aumento de la inseguridad a pie de invernadero. El término ‘explosivo’ apela de un modo muy descriptivo al actual índice de robos y hurtos que se sucede en el laberíntico mar de plástico del campo almeriense. “Agricultor, comprueba que la seguridad privada que contrates esté autorizada por la policía”, venía a decir el susodicho cartelito anunciativo.

 

Y es que esos caminos rurales muchas veces inaccesibles, esa geografía en la que todas las vías parecen iguales y en las que el GPS es la única brújula en mitad de ese paisaje es el escenario idóneo para que los ladrones campen a sus anchas. Por ese motivo han proliferado en los últimos dos años esas empresitas de tipo familiar, especializadas en dar servicios solo a los agricultores, como una policía privada. Hay vacíos legales por los cuales es difícil afirmar si están constituidas según los cauces obligatorios o si aprovechan la flexibilidad de falta de normas o una interpretación laxa de la ley. El caso es que esa nueva seguridad coexiste y supone para las empresas de seguridad tradicionales (aquellas otras que existen desde hace bastantes años, que están presentes en cualquier parte del territorio nacional, que se dedican a dar servicios de seguridad a todo tipo de sectores y particulares) una nueva competencia, sobre todo, en los tiempos actuales en los que las grandes empresas de seguridad han invertido notables recursos en atender la nueva y creciente demanda de seguridad del campo.

 

Y aquí surge la pregunta crítica de si es necesario que el ciudadano-agricultor se vea obligado a contratar servicios privados de seguridad, ya sea de un tipo de empresa u otro, o debieran ser los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado los garantes suficientes de esa necesidad de sentirse protegido y seguro. La respuesta que dan las autoridades es que están desbordados y no tienen suficientes efectivos para proporcionar esa calma y tranquilidad.

 

El número de robos, destrozos en cortijos y fincas es sencillamente incalculable porque en numerosas ocasiones no se denuncia. Lo que se sustrae termina en el mercado negro, rumbo a Marruecos – según he podido documentar - donde se recompran muchos de los materiales de la industria auxiliar que en Almería se roban. Aunque a veces, y hay que reconocerlo como mérito, también las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado se interponen, logran recuperar las piezas sustraídas y detener a los cacos. Me decía sobre este asunto un conocido líder de las organizaciones agrarias, que ahora no hay más detenciones que antes ni se recuperan más objetos, sino que lo que ocurre es que hay más notas de prensa sobre la actuación de la Policía Nacional y la Guardia Civil. Aquí subyace un claro marketing político en el que todo lo bueno que se hace se publicita a los cuatro vientos.

 

En este pequeño análisis quiero detenerme para finalizar en una práctica, por desgracia habitual hoy día, pero que era inédita en el campo almeriense hasta hace unas pocas campañas. Me estoy refiriendo al robo de frutos, directamente del invernadero. Hace quince años era usual que en la campaña de primavera el agricultor que tenía sandías se quedase guardando el  invernadero con algún hijo o familiar la noche anterior a la recolección. El temor del productor era que le rompiesen la banda y se llevasen algunas sandías. Sin embargo, con el paso de los años el ingenio de los ladrones ha ido en aumento y el peligro se ha multiplicado. Ahora el temor no es que se lleven unas pocas piezas, sino que se lleven miles de kilos. Los cacos, perfectamente organizados, entran en mitad de la noche en los invernaderos. Son cuadrillas numerosas, perfectamente equipadas y con vehículos capaces de transportar miles de kilos. Pero ya no solo de sandías, sino también de melones en primavera; y cuando la campaña es la de otoño e invierno se suceden los episodios de robos de miles de kilos de calabacín, berenjena, pepino o pimiento.

 

Afortunadamente en muchos de estos casos las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad han logrado detener a los individuos en el propio almacén donde pretendían vender estas frutas y hortalizas o en el momento en el que las transportaban. Y aquí sí que es importante publicitar la efectividad de la Policía Nacional y de la Guardia Civil para que otros posibles ladrones no quieran imitar a los que les precedieron. Hay que evitar que este tipo de robos se conviertan en una práctica común.

 

Y hacer, por último, un guiño crítico a aquellos almacenes que pudieran no ser a veces suficientemente rigurosos y estrictos con el origen de las hortalizas que reciben. Hay que apretar un poco aquí para que aquellos amigos de lo ajeno que consigan sortear a la Guardia Civil y a la Policía no puedan luego vender dichos productos.

 

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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2013, en la sección


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