La portada es una reproducción de la imagen plasmada en una chapa que editó la Asociación de Periodistas de Almería y en la que se podían leer los hastags utilizados a través de Twitter por los periodistas para reivindicar la profesión y denunciar algunas de las situaciones que se estaban produciendo durante el año. Dicha chapa la vestimos muchos periodistas en todas las manifestaciones, que fueron muchas, y que tuvieron lugar durante los dos años de los que trata el Anuario de 2013.


Echar a andar por la multi-Almería

Víctor Navarro
Periodista

Una mañana más, un nuevo día y una nueva pelea con el despertador, que con su alarma tan interminable como molesta, cumple rigurosamente con su cometido. Nunca llega tarde a su cita. A pesar de ejercer su trabajo de manera diligente y profesional, su empeño choca una y otra vez contra mi estado semi-inconsciente de sueño que aguanta con estoicidad el envite de su archienemigo que tras varios intentos acaba levantándome de la cama, zarandeando las solapas de mi pijama si fuera necesario. Un nuevo día y una rutina que poner en marcha. Despertarme es la suya, la mía admitir mi eterna derrota por no conseguir obedecer al primer toque de su llamada. Rutina y cosas cotidianas pequeños engranajes que mueven el motor de la vida, por lo menos en ciudades cálidas y tranquilas como Almería. A continuación y después de la visita de rigor a lo que algunos llaman “excusado”, ojeo los apartados dedicados a las noticias internacionales. El mundo también tiene su rutina, la crisis económica, las directrices del BCE y el Gobierno Alemán al resto de la Unión Europea llena los espacios de actualidad. A pesar de todo, mi verdadera atención suele centrarse en la actualidad del mundo árabe y la comunidad musulmana internacional, así que después de ponerme al día con los sucesos acaecidos en Siria y de las intenciones de Hezbollah de tomar cartas en el asunto, una noticia ha captado mi atención de manera directa. La muerte de un soldado británico a manos de dos personas que dicen ser musulmanas. Rutina y más rutina, y asociar la palabra terrorismo con Islam está formando parte del hábito de los medios de comunicación. Un sorbo a la taza de café para digerir la gravedad de la noticia y finalizar con un breve repaso a la actualidad deportiva y echar a andar.

Siempre y cuando el viento no haga de las suyas, caminar por las calles de la capital almeriense supone un grato paseo, la brisa del mar atenúa la temperatura y el sol baña los las paredes de sus edificios. Una ciudad costera, de paso, que tantas veces ha abierto la llave del Mediterráneo conectando dos continentes y convirtiéndose en el puente entre dos orillas por las que han navegado diversas culturas, que se ha acostumbrado a que la palabra multiculturalidad pise sus aceras y los rótulos de tiendas y comercios ofrezcan la bienvenida en otras lenguas. Volviendo a la rutina, las charlas y discusiones del gentío respecto a la inmigración varían según la situación económica y empleadora del país y los elogios al inmigrante que saca el trabajo más duro adelante a favor de la economía local se repiten con la misma agilidad que las diatribas relativas a “invasión” cuando vienen las vacas flacas. Todos hemos hablado alguna vez bien o mal de la inmigración, con especial fijación por la comunidad magrebí, unos viejos conocidos nuestros y a los que sin importar la distinción de nacionalidades que componen el Magreb (Marruecos, Argelia, Túnez, Mauritania o Libia) englobamos dentro del vocablo cariñoso y a la vez despectivo de “el moro”. Efectivamente, moro no sería un término desafortunado si se conociera en su sentido radical, como el pueblo de origen norte africano que ocupó la Mauretania romana. Este comportamiento podría considerarse una de las mayores rutinas de nuestras vidas cotidianas, ignorando el sentido que tiene la palabra Magreb en la lengua árabe, y cuyo significado no es otro que el de “poniente” y nosotros almerienses, andaluces y levantinos que somos bien podría tacharnos de magrebíes en cualquier otra parte mundo. Esta es parte de nuestra rutina, pero ¿alguna vez nos hemos preguntado por la de nuestros vecinos?

Lejos quedan las imágenes estereotipadas y reales del inmigrante de clase baja, escaso poder adquisitivo y una instrucción académica que en la mayoría casos rozaba el analfabetismo que solían darse en los inmigrantes de primera generación, en su momento magrebíes que llegaban a Francia, Italia y España como mano de obra barata y poco cualificada y cuyo testigo parece haber pasado a manos de subsaharianos que ya emigrados a los países árabes norte africanos, esperan el momento de cruzar el Mediterráneo sin importarles el elevado precio que puedan llegar a pagar. Ahora existen otros patrones de conducta encabezados por los hijos de esos primeros inmigrantes y que representan la segunda generación. Generalmente se entiende este tipo de migración como los nacidos en los países de acogida, pero a esta población habría que sumarle los niñas y niñas que llegan antes de los diez años de edad (académicamente en esta franja de su vida es cuando empieza la socialización), aunque  siempre se puede ser flexible considerar a los infantes con un par de años más dentro de la llamada segunda generación. Son ellos, que aunque a algunos les parezca extraño o chocante llevarán dentro de sus bolsillos un documento nacional de identidad que albergue en letras mayúsculas la palabra España. Sí, español con origen marroquí, ecuatoriano o lituano, pero español a fin de cuentas le pese a quien le pese. Su rutina gira en torno a un mundo multidimensional donde se cruzan los hábitos que se amamantan desde el seno familiar y los adquiridos en la vida cotidiana del menor. Aprendidos en una sociedad que no le es ajena y que forma parte de su identidad propia.

Todas estas líneas que componen el artículo podrían parecen una defensa ultranza de los inmigrantes, y nada más lejos de mi intención, pues es bien sabido que cada tonel tiene manzanas podridas, sólo quisiera despertar en la conciencia del lector el potencial que puede llegar a proyectar la identidad de una persona. Habituados al entendimiento de identidad como parte de un colectivo, es muy sencillo imaginar conceptos como nacionalidad, religión, grupo étnico, ideología; este camino sólo lleva a diferenciar entre “nosotros y ellos”. Personalmente prefiero las descripciones que otorgaba Amin Maalouf, árabe de nacimiento y francés de adopción y rutina, en la que entendía que la identidad de un individuo se conforma por la suma de todos los aspectos de su vida, hasta crear algo único que lo diferencia de los demás. Obviamente llegar hasta estas latitudes conlleva una buena integración social del individuo. Un tema demasiado delicado porque ¿Qué es la integración? “Ellos son los de fuera y tienen que integrarse en nuestra sociedad” —Suelen ser las quejas rutinarias— pero vuelvo a insistir ¿Qué es la integración? “Ellos deben vivir como nosotros”, —sí lo sé, quizás es pretencioso por mi parte, pero ¿Quién no ha oído eso alguna vez— Lo cierto que ese concepto que integraría a la minoría borrando a la larga su cultura se llama “asimilación”. La verdadera integración responde al equilibrio cultural existente entre la población local y el inmigrante aportando una y absorbiendo la otra y viceversa., Es en éste campo donde radica la rutina de las segundas generaciones que bandean entre dos mundos. Y todo no es la panacea —para ellos, ni nosotros—, puesto que si alguno de los pilares que conforman nuestra identidad flaquea por una mala integración, nos refugiaremos inmediatamente en los grandes colectivos recelando de todo lo que sea distinto y desconocido.

Yo he echado andar por esta multi-Almería ¿Y tú? ¿Te ves con fuerzas para romper la rutina y ser diferente a los tuyos y semejante a los otros?  ¡Haz caso al despertador y sal de la cama!

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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2013, en la sección Sociedad


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