Miércoles 24 Abril 2024

La portada es una reproducción de la imagen plasmada en una chapa que editó la Asociación de Periodistas de Almería y en la que se podían leer los hastags utilizados a través de Twitter por los periodistas para reivindicar la profesión y denunciar algunas de las situaciones que se estaban produciendo durante el año. Dicha chapa la vestimos muchos periodistas en todas las manifestaciones, que fueron muchas, y que tuvieron lugar durante los dos años de los que trata el Anuario de 2013.



Índice de esta sección

Nuestras voces nunca estuvieron dormidas


  

Judith Vidacal


Periodistas corriente


  

Miguel Ángel Blanco


Se llama intrusismo


  

Ana Almansa


Periodismo y política, peligrosa amistad


  

Sonia Arráez


Treinta y nueve años y un día…


  

José María Granados


¡Soy periodista, mamá!


  

Maite Cantón


Periodismo: renovarse y vivir


  

Lidia Gutiérrez


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Treinta y nueve años y un día…


2013 | Comunicación



Treinta y nueve años y un día…


El periodismo digital no existía en la Facultad. Vamos, ni el digital, ni otra cosa que no fuera periodismo. Y eso era lo que realmente atraía cuando uno cruzaba la puerta de aquél búnker levantado a la vera del arroyo de Cantarranas, donde a alguien se le ocurrió ubicar el edificio en el que nos forjamos cinco años hasta darnos de bruces con el olor a tinta y el calor del papel prensa recién horneado en forma de noticias. Cinco años de estudios universitarios, una licenciatura que no se puede desprestigiar ni echar en el olvido ni menospreciar por quienes, de otra manera, han estado o están en una profesión en la que con tanto adjetivo y división pierde la autenticidad de su nombre: Periodismo. Yo soy de la cuarta promoción y comencé esta historia en 1974, cuando en este país gobernaba un general.

Y decía que no existía el periodismo digital porque entonces la grandeza estaba en el plomo, con el que entramos en contacto al finalizar tercer curso que era el momento más adecuado para hacer prácticas. Yo las solicité en Almería y durante dos veranos me fajé en la redacción de La Voz de Almería, donde el periodismo se hacía visible desde la cercanía de las cosas. Dos veranos completé en el viejo edificio de la Avenida de Montserrat en la observación de los movimientos de una serie de profesionales a los que no se les caían los anillos cuando tenían que hacer el ‘recorrido’, que se iniciaba en los juzgados para rescatar de las actas los nombres de los recién nacidos, los difuntos del día y los matrimonios celebrados; que seguía después en la Comandancia de Marina para recoger el movimiento de buques del puerto y continuaba hacia el Hospital Provincial pasando por Comisaría, que entonces estaba en los bajos del Gobierno Civil –hoy Subdelegación del Gobierno– para concluir con las visitas rápidas a las Casas de Socorro de Alcalde Muñoz y de Ciudad Jardín, con el libro de incidencias a disposición del periodista. Más complicado era cerrar el ‘recorrido’ en el entramado de la Bola Azul, aunque también se entraba en Urgencias y, tras un par de ponches, se obtenía la versión de un médico, un sanitario, un celador o la de un testigo del infortunio de alguien. Era un trabajo que había que hacer y se hacía lo mismo por el periodista veterano que por el ‘plumilla’ de prácticas, que terminaba siempre sustituyendo al último que se iba de vacaciones.

El periodismo digital no existía, ni falta que hacía en aquella Almería por la que discurrían los últimos tramos de los años setenta, que alcanzaba los 400.000 habitantes en la provincia, con una capital que tenía poco más de 127.000 vecinos en 1978. Se hacía periodismo, sin más división que la competencia entre dos periódicos: La Voz de Almería e Ideal y tres emisoras: Radio Almería, Radio Juventud y Radio Popular.

Lo bueno de aquello es que estaba muy claro lo que era una empresa periodística, lo que era un administrador y lo que era un periodista aunque más de uno tuviera que pasar, o ser representado por su director, por el despacho del poncio de turno hasta que la Constitución terminó por poner a cada uno en su sitio. Había presiones, pero también libertad, y se practicaba.

¿He dicho que no existía el periodismo digital? Pues si lo he hecho, lo repito. No, no existía. Así que sucesos como el caso Verdejo, las muertes de Pablo VI y Juan Pablo I, la cacicada federativa en el asunto Tarrasa, los líos del Toyo, las manifestaciones por la autonomía… y todo aquello que hoy se estudia en los libros de historia y cae en Selectividad como ‘La transición’ están en esa prensa que no era digital, como ejemplos de un periodismo de patearse la calle, de estar presente en el hecho para contarlo.

Han pasado treinta y nueve años… y un día, sin comerlo ni beberlo, sin quererlo… alguien decide que el tiempo se ha terminado, que no hay prórroga y que todo debía ser digital, hasta el dedo que apunta y dispara. Lo digital no tiene demasiados consumibles; lo digital es más barato… ¿y el periodismo?, también. Ya no hay espacios diferenciados en la empresa. Ahora hay empresa. Tampoco hay que salir a la calle para contar el hecho porque el hecho que hay que contar viene dado y dirigido. Dicen que sobra el periodista y que sobra el periodismo. Hasta los partidos de fútbol se siguen por la televisión en las redacciones y luego se escribe con la misma pasión con la que se sigue una rueda de prensa por pantalla y sin preguntas con el presidente del Gobierno. Así todo es más barato. Ya no se hace el ‘recorrido’. Se deja al arbitrio del organismo de turno para que el medio digital de uno y de otro saque exactamente la misma información literaria y hasta la misma información gráfica, el mismo corte de vídeo, idéntica fotografía…

Pero no han caído en una cosa. Hay una legión de periodistas que aman el periodismo y que son capaces de emocionar contando historias, que no han perdido la ilusión por dar a conocer hechos y que de la misma manera que se fajaron en los tiempos del plomo o en los del offset lo hacen ahora y lo harán mañana en el digital, porque lo que está claro es que lo digital existe ahora, pero el periodismo es anterior y está ahí desde que a alguien se le ocurrió contar a otro alguien que se había inventado el fuego o la rueda. Somos periodistas y el medio no nos importa. Sabemos adaptar lo que vemos y sabemos contarlo desde la plataforma que se nos ofrezca. Somos, si es necesario, palomas mensajeras que llevan el mensaje a su destino. Y no nos asustan los disparos de quienes han pitado el final del partido porque ese partido no es el nuestro, es el de ellos.

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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2013, en la sección Comunicación


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