Frente al ordenador. 

Así es como nos encontramos a diario los profesionales de medios de comunicación. Tenemos que escribir para locutar, subir a la web o llevar a imprenta aquello que los espectadores o lectores encontrarán en televisión, radio, periódicos e Internet. 

Un proceso que, cada vez, es menos sencillo. Durante ese período de tiempo se reciben llamadas, visitas a la mesa de personas de ‘rango’ superior que tratan intervenir en nuestro trabajo, etc. El periodista quisiera, entonces, encontrarse en una burbuja, mantenerse aislado y no sufrir interferencias que mermen la finalidad y objetivo que se persigue: informar, y bien. 

Aunque encontremos esos factores externos que tratan de interponerse entre el profesional y su ordenador, debemos obviarlos, espantarlos como si de una mosca que no para de molestar se tratase y continuar con nuestro cometido. Volver al origen de este trabajo y reducir todo aquello que disminuya la fuerza del mensaje entre el emisor y el receptor. 

Escribir, leer, volver a escribir, releer y dar por concluido nuestro texto cuando sólo nosotros estemos seguros de ello, con responsabilidad y profesionalidad. De eso sólo sabemos los periodistas.




Índice de esta sección

Crónica de un acuerdo anunciado


  

Elio Sancho


Perseverancia en la concentración de la oferta


  

Carmen Fenoy


Un cumpleaños convulso


  

Juan Arias


Sindicatos y siglo XXI: renovación y reinvención.


  

Natalia Ronco García


La crisis que pagamos


  

Antonio Fernández


Huele a chamusquina


  

Elizabeth de la Cruz


La fotovoltaica pasa del invernadero


  

José Antonio Arcos


Dejados de la mano de Dios


  

Pilar López




Artículos de este autor

Dejados de la mano de Dios


2011 | Economía y Agricultura



Dejados de la mano de Dios


Francisco López Pino tenía 45 años de edad cuando murió tras ser golpeado en la cabeza dentro de su finca situada en San Isidro, Níjar. Hacía dos meses que Francisco dormía en una caseta de la finca y se levantaba cada pocas horas para vigilar por los robos que ya había sufrido. Sus compañeros de profesión salieron a la calle y cortaron carreteras en San Isidro en un acto de protesta por la falta de seguridad en las zonas rurales. La muerte de Francisco, el 25 de octubre de 2010, es la consecuencia más trágica de la inseguridad a la que se enfrentan los miles de agricultores de la provincia de Almería. No es más que la cabeza visible de una de las mayores lacras que arrastra el campo almeriense. Un duro golpe que dejó en evidencia lo que vienen denunciando desde hace meses, años. Los agricultores están indefensos. Se sienten dejados de la mano de Dios.

La llegada de refuerzos para la vigilancia del campo no es un tema nuevo. Los agricultores y las organizaciones agrarias llevan mucho tiempo solicitando que se intensifiquen las actuaciones de control en las zonas rurales y que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad trabajen de forma coordinada para incrementar el número de efectivos en el campo. No es una tarea fácil. Los cientos de kilómetros de caminos agrícolas por la provincia, laberínticas telas de araña que rodean miles de explotaciones, dificultan esta labor. La grandeza del campo almeriense, levantado con mucho esfuerzo por las manos de agricultores a los que no se les ha regalado nada, es tal que el astronauta español, Pedro Duque, reconocía que los invernaderos de El Ejido son la única obra humana visible desde el espacio. Ante este panorama las labores de seguridad se complican.

Mientras se les da una solución los agricultores siguen padeciendo robos en sus explotaciones, cuando no les quitan los productos, les roban material y cuando no, se encuentran con las bandas de plásticos rajadas o con su explotación quemada. Se sienten indefensos. El robo de 12.000 kilos de pimientos en Balanegra, o de más de 200 ovejas en El Ejido son ejemplos recientes de la situación que atraviesa el campo almeriense.

La negativa a dar trabajo a los inmigrantes indocumentados que se acercan a los invernaderos en busca de empleo, a veces acaba con el resultado de actos vandálicos por venganza, con quema de explotaciones o palizas a los propietarios. Esto da  una idea de la situación de indefensión e inseguridad que se vive.

Existe un mercado negro en el que se vende el material robado y mientras no se acabe con él, los robos continuarán. A toda esta compleja situación se suma además un hecho significativo y algo probablemente nuevo, el repunte de robos en el campo a finales de 2010 ha coincidido con la subida de los precios de los productos hortícolas. Haciendo más daño si cabe a los productores. Los agricultores se sienten desamparados y piden más protección policial, pero la solución tarda en llegar y en algunos casos, como en el de Francisco, llegará tarde.

La presencia puntual a la provincia de la Guardia Civil a caballo ha solucionado parcialmente este problema. La caballería es la única forma de vigilancia que se desenvuelve con soltura por los caminos agrícolas. Su coste y sobre todo la escasez de efectivos hacen que tampoco se convierta en la solución definitiva.

Desde las organizaciones agrarias piden a los ayuntamientos que tomen medidas y se impliquen en los hechos puesto que son la administración más cercana a los agricultores. A la misma vez, animan a las víctima a que denuncien puesto que es la única forma de que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad tengan constancia real de los robos y conciencia de la magnitud del problema. Un paso importante para acabar con la inseguridad en el campo. Que el número de efectivos crezca, dependerá en gran medida de que se denuncie cada uno de los robos y actos vandálicos. En numerosas ocasiones los agricultores no acuden a comisaría por no perder toda la mañana. Desde las organizaciones agrarias han peleado con las administraciones para agilizar este proceso conscientes de su importancia de cara a un futuro incremento de agentes de seguridad en el campo.

Los seguros a veces ni siquiera cubren las pérdidas y, lo que es peor, las víctimas se quedan con las manos vacías, sin los productos que han cuidado con mucho esfuerzo durante meses, lo único por lo que se despiertan cada madrugada y trabajan todo el día para llevar el pan a casa. Un sacrificio que a veces, por culpa de delincuentes que actúan con absoluta impunidad, no obtiene su merecida recompensa.

Los agricultores no son los que tienen que velar por la seguridad del campo sino que deben ser las autoridades competentes quienes garanticen la integridad de los de los mismos y sus producciones. Sin embargo la falta de una respuesta a sus necesidades, les lleva a vigilar sus propios invernaderos. Una práctica peligrosa.
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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2011, en la sección Economía y Agricultura
Palabras clave de este artículo: agricultura  |  robos  |  campo  |  Níjar


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