En una sociedad que clama igualdad y justicia se dan casos que echan por tierra algunos avances que tanto han costado conseguir…hasta la vida. Sí, porque muchas mujeres han muerto a manos de sus parejas o han sido víctimas de violencia y no tuvieron recursos ni atención especializada. Pero tras manifestaciones, protestas de colectivos y la evidencia de la necesidad, surgió la Ley orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. Desgraciadamente en la provincia de Almería tuvimos el deshonor de comprobar cómo esa ley queda coja en lo referente a parejas homosexuales.
En abril de 2009 Manuel Latorre murió asesinado por su ex marido en Adra. La víctima, nacida en Alcudia de Monteagud, residía desde hacía tiempo en esta localidad del Poniente almeriense, donde trabajaba en el área de Servicios Sociales, paradójicamente desde donde seguramente atendió algún caso de violencia de género. Los hechos ocurrieron el 14 de abril, cuando Manolo llegó a su domicilio. Le acompañaron hasta el portal compañeros de trabajo, ante el acoso que estaba sufriendo por parte de su ex pareja, quien le esperaba en el rellano y presuntamente le asestó una puñalada mortal en el cuello. El matrimonio se había separado hacía un tiempo y vecinos de Adra aseguraron que el presunto asesino no lo asumía. La Guardia Civil encontró el cuerpo del presunto homicida, natural de Marruecos, en un descampado del municipio de Adra esa misma tarde. Se había ahorcado en una zona de invernaderos conocida como el paraje La Parra.
La sociedad abderitana se echó a la calle para guardar un minuto de silencio por su convecino, que protagonizaba el primer caso de asesinato en un matrimonio gay que trascendía públicamente desde que el Congreso aprobó la ley del matrimonio homosexual en abril de 2005. Comenzó entonces el debate sobre si era o no una víctima de violencia de género. La ley sólo ampara a la mujer en estos casos y así lo reconocieron entonces distintas autoridades. De hecho, el Tribunal Constitucional deja claro en una sentencia que para que una agresión sea tipificada como violencia de género “necesariamente el agresor tiene que ser un hombre y la persona agredida una mujer”, el resto de casos se tratan como violencia doméstica pero no están amparados por esa ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. Así lo dejaba claro la Sección Tercera de la Audiencia de Cantabria el pasado mes de marzo: “la violencia entre parejas del mismo sexo no es violencia de género”.
Tenemos asimilado que violencia de género es la violencia en la pareja. Es cierto que históricamente ha sido la mujer la ‘indefensa’, y quienes han luchado para que se reconozcan sus derechos, quienes han padecido las injusticas de una sociedad machista que no acababa de reconocer su derecho a ser personas. Pero no es menos cierto que aunque hombre y mujer son diferentes, son iguales, y seguramente una mujer maltratada no se negaría a que un hombre maltratado tuviera sus mismos derechos, el derecho a recibir protección. Cuestión aparte es que esos derechos no se materializan como se debería ante la falta de recursos económicos para desarrollar la ley. Sin embargo, en un caso de violencia en parejas homosexuales sus víctimas lo son por partida doble: por ser maltratadas y por ser excluidas del sistema de protección. Y ellos también son personas, también son iguales ante la ley según establece el artículo 14 de la Constitución Española y así lo recoge también la utópica Declaración Universal de los Derechos Humanos. Clama al cielo que colectivos que han luchado tanto para que se reconozcan los derechos de las mujeres quieran dejar fuera a una víctima por su condición masculina.
La muerte de Manolo puso en entredicho esa ley y la necesidad de ampliarla, para que en caso de malos tratos y violencia entre parejas homosexuales las víctimas puedan acceder en condiciones de igualdad y sin discriminación a los derechos y coberturas de esta ley, independientemente de que víctima y agresor/a sean del mismo sexo. La condición de ser humano está por encima de sexos y el logro de un colectivo no tiene porqué frenarse, puede extenderse a otro, ya que la violencia en la pareja es siempre violencia, sean del género que sean víctima y agresor. No siempre se podrá hablar de un conflicto entre iguales, constantemente habrá una víctima. La humanidad no entiende de géneros y las leyes así deberían contemplarlo, porque construyendo un mundo en igualdad se consigue un mundo sin violencia.
Porque si queremos plena igualdad, plenos derechos, no debe existir la discriminación, ni siquiera en positivo, ya que llevamos años luchando contra estereotipos o los roles de mujer y hombre. Es cierto que frente a miles de mujeres maltratadas habrá sólo un caso en el que la víctima sea un hombre, pero en la sociedad actual en la que se habla de la necesidad de paridad en casi cualquier campo no es de recibo que no se ampare a todos por igual. Se trata de personas que una vez amaron a quienes hoy les pegan, no de hombres o mujeres, no de gays o lesbianas.