La Portada está fundamentada en dos elementos principales. Por un lado, un fondo de color negro reforzando la idea de ´Año Negro de la Prensa de Almería´, en cuyo conjunto se pueden leer algunas de las muchas circunstancias que ha tenido que sufrir el colectivo en el 2008. Por otro lado, la imagen procura representar la presión que sufren los informadores por parte de diversos sectores, y la precariedad laboral de muchos de los periodistas. 

En la fotografía, se representa a un profesional almeriense intentando realizar su trabajo, con los bolsillos sacados simbolizando ruina y las carencias que sufre en su puesto de trabajo. También hay dos hombres de corbata que simbolizan los grupos de presión. Éstos tienen los bolsillos llenos de dinero y, por ello, tiran de los brazos del periodista para manipular a su antojo la información que ha de salir publicada en el medio que ampara al periodista. 

* Joaquín Navarro, autor de la portada del `Anuario Crítico de Almería 2009´, trabajó como diseñador y maquetador en el desaparecido `Diario de Almería´, uno de los medios almerienses (junto con `El Director Económico´y `El Mundo Almería´) que cerró durante 2008. Situación que queda reflejada en la página principal de esta publicación.


Para gustos, colores...


Pocas veces un dicho se ajusta tanto al titular de una noticia. Pero lo ocurrido la primera quincena de noviembre fue, en estética, justamente eso, diversos pareceres sobre unos mismos colores. La Casa Consistorial de Almería vivía esos días de otoño el clímax de las tan necesitadas obras de rehabilitación para que la sede administrativa municipal, que en algunas zonas estaba hecha incluso de caña, se ajuste a las obligaciones de una ciudad que se acerca a pasos agigantados a los 200.000 habitantes. Y digo clímax porque justo entonces se ejecutaban las terminaciones de su joya de la corona, corazón político, el salón de plenos. La rutinaria visita de un técnico municipal da la voz de alarma: los colores de las maderas situadas en el revestimiento del techo del salón quiebran la estética sobria que desea el Ayuntamiento para esa sala noble. En la parte superior de la estancia comienzan a lucir listones de madera, a modo de olas, en tonos pastel de colores azul, verde y amarillo, rememorando el Mediterráneo. Demasiado vanguardista, rompedor y moderno para una sala revestida en los bajos de frío mármol, en la que deberá colgar en la presidencia el retrato del Rey y en la que se deberán de celebrar las más solemnes –y ceremoniosas- actividades de la entidad local.

A pesar de las innumerables ocasiones en las que el equipo de Gobierno de Rodríguez-Comendador y Megino ha clamado por la culminación de esta primera fase, y ha exigido la firma del convenio de la segunda, a punto estuvo de parar las obras. Porque los colores pastel eran algo “demasiado rompedor”. Quizá entonces no recordaban que esta parte del edificio municipal debía haber estado en servicio en 2005 y aún coleaba.

Poco más tarde, apenas unos días después, el alcalde –que durante la más agria polémica había estado fuera de la ciudad- visitaba las obras y sentaba cátedra: el color no era “apropiado” pero no se pararían las obras. Los tres años de retraso, el duro cruce de acusaciones –que siempre desalienta el interés político en la ciudadanía-, y lo superficial de la agria polémica habían vencido, y con ello la teoría del terminémoslo ya, sea como sea. Los duros comentarios de los lectores de periódico durante el café matutino, que no entendían cómo podrían llegarse ni siquiera a pensar en paralizar temporalmente unas obras públicas que, es obvio, duelen al bolsillo de todos, habían calado y habían hecho mella; una más, entre los partidos que cogobiernan la ciudad. Megino señalaba al PP y le acusaba de ser incoherente. Y de regalo, llamaba desleal a una oposición que se había situado del lado del caballo ganador desde el principio de la polémica.

Un mes después, las dichosas maderas terminaban de instalarse y, como buenos hermanos, Rodríguez-Comendador, Megino y Caparrós paseaban por un salón de plenos, el de la polémica, sobre el que no hubo ni una sola palabra. Se enterraba de ese modo, casi a oscuras, un hacha de guerra del que sólo la Junta salió beneficiada: los gustos, rancios o exquisitos (sobre esto también hay opiniones claramente divergentes, igual que sobre los colores), de los dirigentes municipales conseguían meter bajo un halo de silencio la realidad, que era que el edificio se iba a entregar con demasiados años de retraso y que aún no hay hechos materiales que lleven a pensar en una firma cercana de la segunda fase de las obras. 

No auguren de este modo un soterramiento de la relación polémica entre ambas administraciones (y perdón por utilizar la palabra soterramiento, que también es hiriente y precisamente por la confrontación interadministrativa). Más bien esperen un letargo temporal. Aún queda una larga, dura y difícil segunda fase del edificio municipal que traerá bajo el brazo, tal y como hacen los bebés con el pan, nuevas confrontaciones, titulares, fotos, micrófonos y disgustos para el lector de periódico junto al café matutino.

Y mientras tanto, el ciudadano se seguirá preguntando por qué ocurren estas cosas en nuestra ciudad: por qué hay peleas públicas por nimiedades, por qué a los políticos les entra salpullido cuando los colores elegidos en un proyecto bueno para Almería son más verde Junta o azul Ayuntamiento o por qué se les dedican portadas completas de periódico a la acusación estéril y a la defensa infecunda. Y mientras todo esto siga pasando, continuarán subsistiendo los verdaderos males mayores de esta tierra, que son la defensa a ultranza de los correligionarios de partido sobre el ciudadano, y la ausencia de peso específico y de capacidad de presión de los políticos almerienses en las esferas donde se toman las decisiones, algo que lleva a que los proyectos de esta ciudad, de esta provincia, se eternicen y lleguen cuando ya es, quizá, demasiado tarde.

Permanezcan o no los mediterráneos colores del origen en el revestimiento del cielo plenario, lo que sí tiene visos de continuar es este devaneo en la gestión política que, cada vez más, olvida que el ciudadano quiere hechos, no palabras ni titulares de periódico. Y estos hechos, en Almería, parecen no llegar nunca.


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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2009, en la sección Ciudad


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