Portada diseñada por Quinita Villacampa. Obra finalista del certamen de obra gráfica "Día de la libertad de Prensa". 

La Asociación de la Prensa y la Escuela de Arte, convocaron el I Concurso de Obra Gráfica. El requisito imprescindible fue que todas las obras estuviesen inspiradas en el artículo 20 de la Constitución. La portada de este Anuario, finalista de dicho certamen, representa un ratón de ordenador arrastrado por una cadena de grandes dimensiones.



Índice de esta sección

El año de la hormiga


  

María Victoria Cobo


La paradoja de la educación


  

Mari Carmen Callejón


El pisotón de un informe


  

Juan Teruel


Una ciudad abierta al mundo


  

Yaddy González


Se buscan líderes


  

Curro Lucas


Elogio de la bondad. Perfil de María García Torrecillas


  

Covadonga Porrúa Rosa


Herramientas para defenderse (cuando sea necesario) del discurso político


  

Antonio M. Bañón Hernández


La ciudad de los coches


  

Francisco Molina




Artículos de este autor

La paradoja de la educación


2008 | Ideas



El profundo agujero de los ´parkings´


2013 | 



La paradoja de la educación


 

La Universidad de Almería –Ual- fue en noviembre el escenario de una reveladora sentencia: “Soy mejor juez que padre”. La demoledora frase resulta, más aún, desalentadora, si se tiene en cuenta que procede de una de las mayores referencias españolas en la aplicación de la Ley de Menores: el magistrado granadino Emilio Calatayud. El juez, que es conocido por sus sentencias ejemplarizantes a los jóvenes y menores que transgreden la norma, realizó esta confesión durante su participación en un congreso sobre violencia escolar que reunió en el campus almeriense a decenas de expertos nacionales y extranjeros en torno a un fenómeno que cada día preocupa más a la sociedad actual. 

Resulta paradójico que los países desarrollados, en los que los gobiernos jamás hasta ahora han realizado inversiones tales como las actuales en materia educativa, compartan un problema que, lejos de solventarse, parece ir enquistándose.

No menos paradójico resulta también que sea en los mismos centros escolares, donde los pequeños acuden a diario a adquirir conocimientos, pero también a formarse en valores, donde se den algunas de las manifestaciones más violentas entre iguales.

La educación de los hijos es una cuestión, ante todo, familiar, que debe contar, sin duda, con la colaboración de los docentes y de la misma sociedad. Pero, dispuestos a conseguir el éxito profesional y atentos por lograr un mayor estado de bienestar, la mayoría de los padres de hoy en día han descuidado uno de sus principales cometidos. Por su parte, maestros y profesores se ven impotentes para desempeñar solos una función que debe ser colectiva y para la que, en la mayoría de los casos, no se consideran preparados.

Las claves del dilema las otorgaba, de nuevo, el juez de Menores de Granada durante su ponencia en la Ual: “Antes era más fácil ser padre que ahora” porque con la llegada de la Transición, de la Constitución española y de “ciertas manifestaciones y corrientes psicológicas en contra del ‘porque lo digo yo’ paterno, nos da miedo poner límites”, y se ha hecho muy difícil la encomienda de educar a un hijo. Además, “como en este país no hay punto intermedio, hemos pasado del padre autoritario al colega de nuestros hijos”, cuando “los padres no deben ser amigos de sus hijos porque son eso, sus padres”.

Las cifras sobre violencia en las aulas varían según los estudios, pero todos coinciden en que en torno al 12 y el 15 por ciento de los escolares ha recibido algún insulto de sus compañeros. Las descalificaciones entre alumnos son algunas de las expresiones más frecuentes en las manifestaciones de la violencia entre iguales, aunque también se conocen casos de agresiones que algunos justifican como “las peleas que ha habido toda la vida”.

¿Por qué, entonces, parece que estas agresiones preocupan ahora más? 

Quizás sea por el sentimiento colectivo de que las cosas no se están haciendo como se debiera

El mismo Calatayud enunciaba en su alocución que, hoy en día, “es muy fácil hacer un delincuente en casa” y, al respecto, ofrecía un decálogo para crear al pequeño delincuente basado en la experiencia policial. “Primero, hay que darle todo lo que pidan y crecerán convencidos de que todo les pertenece; no resulta imprescindible darles una orientación espiritual; cuando digan palabrotas, hay que reírles la gracia; y, además, recoger las cosas que dejen tiradas; debemos permitirles que lean lo que quieran, sin control alguno; y darles todo el dinero que pidan para que no sepan nunca el esfuerzo que cuesta ganarlo”.

La violencia entre iguales no es, sin embargo, una falta baladí. Una agresión en las aulas puede, de hecho, conllevar penas que van desde el internamiento –hasta los 16 años y, al cumplir los 18, condenas de prisión-, hasta la realización de servicios a la comunidad.

Son penas, en el plano judicial, que se corresponden con su creciente magnitud en la esfera social. Para la directora del Observatorio Europeo de Violencia Escolar, Catherine Blaya, la relación entre violencia escolar y delincuencia juvenil es, de hecho, directa.

La experta habló también en la Universidad de Almería de los mecanismos de solución de esta problemática. La violencia escolar, defiende Blaya, podría atacarse con una mayor financiación por parte de los gobiernos de los países, porque “los centros pueden influir, pero no pueden solos”.

Cualquier actuación preventiva al respecto, asegura la directora del observatorio, obtiene buenos resultados pero, para ello, es necesario trabajar “por una disciplina justa en las aulas o percibida como tal, por una cultura de comunicación y diálogo mayores, y por unos docentes más involucrados en el diseño e implementación de los programas específicos”. Actuaciones para las que, sugiere Blaya, “los centros deberían abrirse más a la comunidad y colaborar también más con los centros sociales de los barrios”. 

La violencia escolar, concluía la experta, debería ser “una cuestión de Estado” que no varíe “según la percepción de cada político”. No en vano, matizaba la profesora de la Universidad de Córdoba y representante de España en el observatorio, Rosario Ortega, el ‘bullying’ “es una perversión moral que daña tanto a la víctima como al agresor: al primero, porque padece la acción y, al segundo, por el fracaso en la socialización que conlleva su agresividad”.

 

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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2008, en la sección Ideas


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