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Volando alto


Javier Campos se convertía en noticia el 29 de julio de 2006, al alcanzar uno de los codiciados “ochomiles” que forman parte de esos catorce pilares mayores de lo que a veces llamamos el techo del mundo.

Nueve incursiones por Nepal y Tibet, le han permitido por fin, como parte de una expedición junto a dos ciudadanos alemanes, coronar los 8.035 metros del Gasherbrum II (Pakistán) después de tocar las cimas de otros montes importantes como el Aconcagua, el Pico Lenin o el Cotopaxi y recorrer también los hielos de la Patagonia, atravesar los desiertos del Sahara y Atacama o andar en esquí por el Círculo Polar Ártico.

La ascensión de Campos al Gasherbrum representa un hito en el mundo aventurero de la provincia y, en un repaso a la actividad montañera del año, este es un hecho destacado. Por ello trataremos en las siguientes líneas de resumir la forma de ver la montaña de este almeriense, a partir de sus declaraciones.

Dentro de los ámbitos montañeros son muchas las valoraciones que se realizan sobre la mayor o menor complejidad de ascender a unos u otros montes, la elección de una vía nueva o preparada, una “normal” o una “directísima”. Pero lo que está perfectamente claro es que, por encima de determinadas altitudes, nada es fácil ni en las mejores circunstancias, pues las condiciones naturales son tremendamente duras y el más mínimo inconveniente se puede convertir en un grave problema muchas veces insuperable.

Eso sí, quien va a la montaña sabe que las circunstancias (y los problemas a resolver) no son las mismas en un continente que otro. Aunque cueste creerlo, pocas similitudes tienen los tres mil metros de España con los de América del Sur ni los cuatro mil Andinos con los del Himalaya: mientras en unos sitios existen poblaciones y cultivos en unas zonas, las condiciones son extremas en otras en las mismas alturas.

Javier Campos conoce bastante bien estas circunstancias, porque no en vano ha participado en expediciones que le han llevado a ambientes radicalmente distintos del planeta y también sabe que un simple paso desafortunado puede romper un proyecto. Porque fue precisamente eso, un paso mal dado, lo que le provocó unas lesiones que le impidieron estar junto a los componentes de una anterior aventura andaluza por encima de los 8.000 metros, obligándole a dar la vuelta bastante cerca de la cima del Shisha Pangma. Pero cualquiera que se aproxime al mundo de la alta montaña sabe perfectamente que las incidencias forman parte de la aventura y que muchos alpinistas no han alcanzado determinadas cimas sin tener que desistir antes en numerosas ocasiones.

El aventurero almeriense considera acertadamente que en la montaña no hay ganadores o perdedores, incluso si llegas o no llegas a la cima, pues afirma que “en la montaña el único fracaso es perder la vida”. Sin embargo, nadie tiene la menor duda de lo gratificante que es alcanzar el objetivo y Campos considera que la hora y pico que pudo pasar en lo alto del Gasherbrum II le compensó ampliamente los intentos anteriores en que no pudo llegar a la meta.

Aunque Javier Campos Duaso, nació en Barcelona (1968) se considera almeriense, no sólo porque sus padres son de Almería, sino porque llegó a nuestra provincia los 10 años de edad y es aquí donde se han desarrollado tanto su formación personal como su actividad deportiva, perteneciendo a la Federación Andaluza de Montañismo desde hace una veintena de años. Su inicio en los deportes de aire libre, se producía a los 14 ó 15 años dentro del Club Cóndor, al que sigue considerando como un referente en cuanto a la iniciación en este tipo de actividades.

De hecho, sus primeras experiencias en la montaña tuvieron como escenario el Alrmirez y el Chullo y sus inicios en escalada se desarrollaron en ese “Salto del Gallo” del norte de la capital tan conocido de los almerienses que inician sus prácticas en la roca.

Profesionalmente está vinculado al mundo de la comunicación como “free lance” en tareas de operador de cámara y fotógrafo, colaborando con emisoras de televisión y productoras, lo que le ha permitido el poder abordar actividades poco asequibles para la mayoría de los amantes de la montaña.

Porque alcanzar los 8.000 metros no es una aventura barata. Generalmente es necesario recurrir a agencias especializadas y, si no se cuenta con ningún material del necesario para poder realizar la subida, la aventura podría costar más de 12.000 euros por persona. El montañero almeriense considera que un coste normal suele ser de 6 a 7.000 euros si exceptuamos el Everest, que cuesta unos 20.000 euros si se va por el Tibet o 30.000 si se accede por Nepal. Y ello sin contar el tiempo pues, según sus estimaciones, en desarrollar completamente una expedición de este tipo se pueden emplear como media unos 45 días que, en el caso del Everest pueden ser hasta 60.

Esto obliga a la muchos de los que quieren iniciar una actividad de este tipo a buscar (como ocurre en otros deportes) el espectáculo mediático para lograr un patrocinio que en la montaña resulta más difícil, dado que hay muchos aspirantes para este tipo de actividades y porque también es difícil “vender el producto” desde un punto de vista publicitario o comercial.

Y ello porque el de montaña es un deporte en el que (aparte de algunos guías o monitores) hay pocos profesionales por dos razones fundamentales: primero por ser muy minoritario y segundo, por no ser en general competitivo, aunque últimamente hay tendencia ha hacer competiciones en ciertas actividades de escalada, resistencia u otras. Y es la competitividad, el que haya ganador y perdedor, lo que genera el interés de muchos espectadores permitiendo generar los recursos económicos necesarios para la existencia de deportistas profesionales.

“Yo tengo la ventaja de trabajar en la producción de documentales y colaborar con Canal Sur –nos dice Campos- por lo que cuento con financiación, aunque habitualmente las expediciones en que participo he de costearlas en parte de mi bolsillo”.

Como montañero (vocablo que prefiere a los de escalador, alpinista, himalayista...) Javier Campos dice sentirse “bastante patoso” en la roca y más cómodo en la nieve o el hielo, posiblemente porque representan para él un compromiso mayor o simplemente por un asunto de mentalidad.

Sin embargo, considera que es precisamente en escalada deportiva o escalada en roca, donde piensa que siempre ha habido un nivel muy alto en Almería, en contraste con el alpinismo o las expediciones, donde el nivel es más bajo debido posiblemente a que estas actividades son muy costosas y, de hecho, embarcase en proyectos como los del Himalaya “exigen mucho trabajo, tener mucha fe y aceptar un compromiso personal muy grande que no todo el mundo puede o quiere aceptar, por lo que es más difícil que salgan adelante”.

Nuestro “ochomilista” no está en la actualidad vinculado a clubes de montaña, pues estima que cada cual tiene sus planteamientos y su filosofía singular que dan lugar a circunstancias paradójicas como que “por estar en un club, los de otros me mirasen mal”. Ello le llevó a afiliarse directamente a la Federación Andaluza de Montaña como independiente, realizando actividades con compañeros de clubes diferentes, aunque siga manteniendo relación personal con miembros del Cóndor.

“Llega un momento en que lo que te interesan son las personas, no el club. La labor del club debe ser esencialmente la iniciación, el darte a conocer la montaña de forma segura, aunque también te puede proporcionar compañeros para tu actividad”.

De las montañas de Almería, Campos siente especial predilección por la zona de María y los Vélez, que considera ideal para la escalada y tienen gran personalidad, mientras que, siendo Sierra Nevada el sitio en que ha crecido, es normal  que le tenga un especial cariño, sobre todo al Veleta, al que ha subido más de 100 veces por todas sus vías. Y el Himalaya, por cuyo entorno siente fascinación, no sólo debido a las montañas, sino también por el ambiente general que las rodea. Pero “lo más importante no es el camino que elijas, sino con quien lo haces”, incluso si se elige el subir en solitario.

En las grandes expediciones casi todo está descubierto, por lo que Campos considera que “lo único que puedes intentar es que tu proyecto sea honesto con tu propio planteamiento de montaña”.

Considera que las tres montañas más bonitas del mundo son el Cervino (Suiza/Italia), el Alpamayo (Perú) y el Amadablam (Nepal), aunque la tentación de la más alta de todas es evidente para cualquier montañero.

Javier ya se está planteando ir al Everest, aunque considera que no será la expedición del siglo porque es una montaña muy mediatizada, llena de cuerdas, de guías, etc. En una montaña a la que el año pasado subieron 500 personas, casi todas con oxígeno, lo que atrae a Campos es desarrollar un proyecto propio y distinto de los usuales: subirlo acompañado solamente por un amigo y dos sherpas que les ayuden a montar el campamento de altura. Con tan poco equipo, el reto es especialmente difícil porque, a pesar de todas las facilidades actuales, los problemas siguen existiendo a partir de los 7.000 metros y son las propias piernas las que han de llevarte con el equipo necesario hasta la cima.


 

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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2007, en la sección Deportes


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