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La tiranía del prime time


2007 | Sociedad



La tiranía del prime time


Finales de agosto de 2006. 13.50 horas. Isabel Motos aparece muerta en el patio interior de su domicilio en María. Un nuevo suceso cuando en nuestras mentes permanecía aún vivo el recuerdo de la última muerte por violencia machista en la provincia. Un mes antes, en medio de una calle de Pueblo Blanco (Níjar), los vecinos se despertaban con la imagen de María Dolores Segura tendida en el suelo y  rodeada de un charco de sangre. 

Quizá fue el verano, tan vacío de noticias. Quizá la presión de algunos responsables de medios de comunicación que, desde su silla en ciudades a cientos de kilómetros o incluso desde aquí mismo, perfilaron la realidad en virtud del mejor titular. O tal vez que la muerte de una mujer, sin más detalles, sea un hecho que, por puro cotidiano –cada cinco días una de ellas falleció en 2006 a manos de sus parejas o ex parejas– dispare las alarmas de los periodistas que, a veces, no nos preguntamos lo suficiente antes de empezar a etiquetar.

Aquel 29 de agosto la noticia saltó como una bomba. El hermano de una mujer de 52 años entra en su domicilio y la encuentra ahorcada. No caer en la tentación de poner nombres –violencia machista, de género, doméstica - era un ejercicio de objetividad y contención casi digno de elogio. Pero hubiera sido necesario. Supongo que faltó consciencia de que lo que se ponía en juego, entre otras muchas cosas, era nada más y nada menos que la vida de una persona. 

“No existen indicios de que se trate de un caso de violencia doméstica”. Lo dijo la Guardia Civil, tan parca en palabras aquellos días. Lo repitió el Instituto Anatómico Forense. Poco a poco los periodistas se agolpaban a las puertas de ese domicilio ávidos por hallar una buena historia. Historia, real o no, que nos sirvieron en bandeja con declaraciones salpicadas de palabras como “agresión brutal”, “fuerte golpe en la cabeza”, divorciada y usuaria habitual de un centro de mujeres maltratadas.

Saltó la chispa que, aún me pregunto por qué, todos esperábamos. Quizá cuatro mujeres menos, el doble que el año anterior, no fueron suficientes.

“Muerte mujer 52 años en Almería se debió a agresión brutal”, fue uno de mis titulares. Hubo más en los que olvidamos la presunción de inocencia. Horas después, Antonio Gázquez, ex marido de Isabel, se disparaba con una escopeta de caza a la altura de la cabeza. Murió el 20 de septiembre. La Guardia Civil nunca le investigó como presunto autor del homicidio de su ex mujer. Según explicó en esos días durante la única conversación que mantuve con la pareja del fallecido, la presión social y mediática pusieron buena parte de la fuerza necesaria para que ese dedo osara apretar el gatillo.

El caso de Isabel Motos quedará en nuestras memorias y debería tener la fuerza de hacer que los periodistas nos replanteemos nuestra responsabilidad. Esta afirmación, lejos de ser una evidencia, abre interrogantes sobre los motivos por los que, diez años después de que el fenómeno de la violencia doméstica diera el salto del espacio privado a la esfera pública, aún no hemos logrado generar efecto disuasorio alguno en aquellas personas, 677.300 en España durante 2006, que mantienen conductas agresivas hacia sus parejas. 

Quizá se pueda decir que la labor de un periodista es tan sólo ofrecer la fotografía exacta de un hecho, sin plantearse propósitos más allá, sin valorar los efectos que del discurso mediático puede tener en ámbitos como la sensibilización o la educación.

Pero contar un suceso es hacerlo de principio a fin. Muchas veces no lo recordamos. 

Haciendo un poco de memoria no es difícil evocar en nuestras mentes como la almeriense Alicia M.L., cabo del Ejército de Tierra, junto a su hija de cinco años, moría en su domicilio en Zaragoza de un disparo por parte de su ex marido. No olvidamos a María García, apuñalada y calcinada por su ex novio cuando estaba embarazada de cuatro meses y se disponía a iniciar una nueva vida. Sabemos que María Dolores Segura, arreglada a las puertas de su coche para emprender viaje hacia Almería, esperaba a su marido, que se había ausentado para ir al cuarto de baño, cuando éste, quizá cegado por los celos, empuñó su escopeta de caza y disparó a su mujer un tiro certero en la cabeza. O el trágico final de Hhadija Nejjar, marroquí a la que su marido asestó quince puñaladas por todo el cuerpo antes de trasladar su cadáver, vestido y ensangrentado, al interior de la bañera de su domicilio. 

Tenemos y ofrecemos todos los datos que rodean a las víctimas y me pregunto, ¿será necesario? Damos su nombre, dibujamos una imagen los más exacta posible de su vida, de su muerte. Pero, ¿quién recuerda hoy qué fue de Manuel, Pedro, Juan José y Noureddine, los responsables de esta sangría?, ¿sabemos lo que pasa con ellos cuando no perecen junto a sus víctimas?, ¿fueron juzgados, encarcelados?.

¿Por qué contamos tan poco de los que matan?, ¿es que no hay tiempo disponible en la tiranía del prime time para que sus crímenes no queden impunes en el discurso mediático?


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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2007, en la sección Sociedad


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