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No hay nada nuevo bajo el sol


2007 | Comunicación



No hay nada nuevo bajo el sol


En este oficio de la Comunicación quien más y quien menos ha sufrido en algún momento su propia travesía del desierto y paradójicamente, el mobbing, del que con puntualidad informamos y cuyas consecuencias denunciamos en los medios, no es ajeno a nuestro propio ámbito laboral; es más, el mobbing explica y sustenta, con frecuencia, estas negras travesías personales a las que aludimos.

El término mobbing fue definido por primera vez por Heinz Leymann, doctor en Psicología del Trabajo y profesor de la Universidad de Estocolmo, durante un Congreso sobre Higiene y Seguridad en el Trabajo en el año 1990: "Situación en la que una persona ejerce una violencia psicológica extrema, de forma sistemática y recurrente y durante un tiempo prolongado sobre otra persona o personas en el lugar de trabajo con la finalidad de destruir las redes de comunicación de la víctima o víctimas, destruir su reputación, perturbar el ejercicio de sus labores y lograr que, finalmente, esa persona o personas acaben abandonando el lugar de trabajo".

Todos nosotros, profesionales de la comunicación, sabemos qué es el mobbing, hemos redactado noticias al respecto, informamos a la sociedad de comportamientos y actitudes reprobables, nombres de acosadores y de víctimas de acoso y, paradójicamente, hemos sufrido o hemos provocado en nuestro trabajo hechos similares a los que denunciamos. ¿En casa del herrero, cuchara de palo?

Vemos que desde hace relativamente poco tiempo se le ha puesto nombre al acoso laboral, sin embargo, este perverso ejercicio es tan antiguo como el hombre. Siempre ha habido individuos que han resultado molestos a sus jefes o compañeros y a los que se ha tratado de apartar por todos los medios, desposeyéndolos de sus funciones, degradándolos, arrinconándolos para que no estorben.

“No hay nada nuevo bajo el sol”, dijo Terencio. Detengámonos en una época dorada de la humanidad, la antigua Grecia, y concretamente en la Atenas del año 510 a. C. momento en el que se promulga la Ley del Ostracismo. Se trataba de una fórmula que permitía a los atenienses escribir en una teja (ostrakon) el nombre del desgraciado de turno, aquel que, merecidamente o no, resultaba peligroso para algunos, o simplemente no era del agrado de determinados ciudadanos. Previo recuento de tejas y dado el número que estipulaba la ley, el individuo en cuestión era desterrado de Atenas durante 10 años. 

Recordemos, también en Atenas, el destino de Sócrates, condenado a muerte por sus enemigos de triste memoria, Licón, Meleto y Anito, bajo la acusación de impío y de corruptor de la juventud. Porque Sócrates, a diferencia de sus compañeros sofistas, molestaba con sus verdades, ponía en evidencia los fundamentos de una sociedad ruin, amoral e hipócrita.

Hoy recurrimos a modos más sutiles, es cierto. En el ámbito de la Comunicación (y en otros sectores profesionales, claro está) no escribimos el nombre del repudiable en un ostrakon sino que lo vamos susurrando o gritando con burla o desprecio; no desterramos al acosado, lo desposeemos de su ánimo, lo vaciamos de autoestima, le hacemos dudar de sus capacidades y lo convertimos, en el peor de los casos, en una persona insegura, confusa y triste, desterrada, al fin, de sí misma.

Pero nosotros, comunicadores informados y lúcidos, críticos con la realidad, avezados en el doble filo de las palabras, conocedores de las posibilidades del lenguaje, ¿también nosotros podemos ser víctimas de acoso?

Según Iñaki Piñuel, psicólogo y profesor de la Universidad de Alcalá de Henares, director de los estudios Cisneros sobre Acoso Psicológico, cualquier persona puede ser objeto de acoso psicológico a lo largo de su vida laboral. Si bien, hay individuos que son más susceptibles de acoso, en la medida en que son percibidos como "más ingenuos, bonachones o vulnerables que otros; o son sujetos que no suelen plantar cara".

¿Qué hacer ante un caso de mobbing en el ámbito de la comunicación? ¿Lo denunciamos con todos los medios de que disponemos? ¿Publicamos con nombres y apellidos el nombre del acosador, quizás nuestro jefe, y el de la víctima, como hemos hecho cuando los implicados pertenecen a otro ámbito laboral? ¿Nos callamos y que cada palo aguante su vela? ¿Participamos activamente en el acoso para protegernos a nosotros mismos?

Corramos un tupido velo sobre las cuestiones del párrafo anterior y recurramos otra vez al reputado Piñuel, para que nos guíe: “Hay que enseñar a la víctima –dice éste psicólogo-, la manera de hacer frente al acosador, sin agresividad, sin perder los papeles, para no dar excusas". "Es conveniente que se haga apoyar por compañeros. En ocasiones es suficiente con que uno sólo se ponga de su parte, para desactivar la situación de mobbing”.

Pero no sólo Piñuel nos ofrece respuestas. También se abre un camino esperanzador en el Boletín Oficial del Estado (BOE) que, aunque no incluye el estrés ni ninguna otra enfermedad de riesgo psicosocial en su nuevo listado de enfermedades profesionales, faculta a los médicos de cabecera del Sistema Nacional de Salud para que puedan comunicar a las autoridades ministeriales sus sospechas sobre la existencia de cualquier dolencia causada por el trabajo. Para los sindicatos esta medida supone un avance en la protección de los trabajadores ya que antes era el empresario el que decidía si notificaba la existencia de una enfermedad profesional.

Es probable que en los próximos años llegue a concretarse una directiva marco europea en la que el fenómeno moobing pudiera tener el calificativo de enfermedad profesional. Actualmente, a falta de legislación, los jueces no saben si catalogarlo como enfermedad derivada del trabajo, enfermedad profesional o accidente de trabajo.

Ante tamaños avances (Piñuel, el BOE, los sindicatos, y la Unión Europea) podríamos empezar nosotros mismos, profesionales de la comunicación, a atajar cualquier manifestación de acoso laboral en nuestro ámbito. Es más responsable quien más conoce. Puesto que nosotros informamos a la sociedad, denunciamos, nos posicionamos desinteresadamente contra lo que perjudica a la mayoría, empecemos a abortar desde dentro estos hábitos perversos que, si bien existen en otros campos y desde hace bastante tiempo, no son inamovibles. Basta con que muchos se propongan cambiar de actitud. Todo lo que hace avanzar a la humanidad merece la pena. Porque, en definitiva, (otra vez Terencio) nada humano nos debe ser ajeno.


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Este artículo fue publicado originalmente en el Anuario Crítico de Almería 2007, en la sección Comunicación


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